miércoles, 11 de febrero de 2015

Puerto de El Boquerón y Tornadizos de Ávila

Una vez pasada la ermita de Nuestra Señora de la Antigua el peregrino inicia la subida al Puerto de El Boquerón, lo hace primero por una senda un tanto pedregosa, que dificulta de cierta manera su caminar, para atravesar seguidamente una pradera que le conduce hasta un camino que, por bajo de la sinuosa carretera, le lleva hasta el alto del puerto. El peregrino camina al principio junto a una reses que se interponen en sus camino, el peregrino sabe, por qué así le han informado, que no son bravas y que si no se les molesta no son peligrosas, por lo que hace como si no las viera, aunque durante un largo trecho tenga que caminar detrás de una vaca como si le guiara por ese abrupto camino. Una vez abandonada la inesperada compañía, el peregrino, tras atravesar la pradera y embarrarse algo las botas, pasa bajo un puente que cruza la carretera e inicia el último trecho, posiblemente el más duro, tanto por la pendiente como por el calor que ya comenzaba apretar. En el alto del puerto el peregrino lee el cartel que le indica que se encuentra a 1315 metros de altitud y piensa que este paso debió ser frecuentemente transitado en el camino de Ávila hacia el valle, aunque el Camino Real pasara por el puerto de las Pilas. El peregrino recuerda los rallyes que hace unos años se celebran en este puerto y que, sin duda, harían las delicias de los intrépidos automovilistas. Desde el alto del puerto, el peregrino continúa su camino siguiendo las flechas amarillas que le conducen hacia Tornadizos de Ávila, pueblo que no figura en antiguas guías del Camino del Sureste, pero que actualmente está incluido con el fin de evitar la peligrosa carretera que baja hacia Ávila.
Plaza y Ayuntamiento de Tornadizos
El nombre de Tornadizos le recuerda al peregrino esos topónimos de repoblación acabados en “os” y que atendiendo a la filiación de los repobladores daban nombre a la población, nombres como Gallegos, Castellanos o, como en este caso, Tornadizos, que se referían a los conversos judíos que abandonaban la religión cristiana o atendiendo a la documentación alto medieval los antropónimos árabes que se referían a los tornadizos cristianos que se convirtieron al Islam durante la invasión. Asimismo Tornadizos aparece como -lugar- en el Vecindario de Ensenada de 1759 en donde se recogen todos los núcleos de población clasificados en ciudades, villas y lugares. Al peregrino le parece una idea estupenda que el Camino pase por Tornadizos antes de llegar a Ávila, ya que la etapa es larga y si el calor aprieta no viene nada mal tomarse el necesario refrigerio, a ser posible en algún bar en donde la experiencia le dice al peregrino que seguramente encontrará, amén de un bocadillo y un vaso de vino, una agradable conversación que, como ya le ha ocurrido en otras ocasiones, enriquecerá su bagaje cultural con lo que le cuenten sus cordiales contertulios. En esta ocasión el peregrino tiene la suerte de encontrarse con Isabel en el bar El Patio, junto al Ayuntamiento y frente a la iglesia parroquial. Isabel da la casualidad de que es la alcaldesa y resulta que está encantada de que por su pueblo pasen y se detengan los peregrinos que se dirigen a Santiago de Compostela, por lo que no sólo invita al peregrino, si no que se ofrece amablemente a enseñarle un verraco que se encuentra en la Plaza de la Fuente, un verraco al que le faltan la cabeza y las patas y que fue descubierto en el Cerro de los Garduños, cerca de Tornadizos.

Al peregrino no le extraña que en Tornadizos haya un verraco vetón y piensa que tendría que haber más, ya que por esta zona, en la Dehesa de la Alameda Alta, en su término municipal, se descubrieron una veintena de ejemplares alienados, al modo de los Toros de Guisando, que están documentados en el Catálogo de esculturas de la provincia de Ávila y están recogidos en el libro “Los Vetones” de Álvarez Sanchís. El peregrino recuerda que fue el arqueólogo Juan Cabré el primero que habló de estas esculturas zoomorfas que se descubrieron en la citada Dehesa de la Alameda Alta y el que planteó la hipótesis de que al estar situados en fértiles prados, lejos de poblados, se trataría de símbolos protectores de ganados y de las tierras en donde pastaran, aunque existan dudas sobre esta interpretación al tratarse de un número elevado de ejemplares y de diversa época, morfología y tamaño, ya que, según el catálogo, aproximadamente la mitad son de pequeñas dimensiones, algunas con inscripciones romanas y no están caladas entre el plinto y el vientre del animal, mientras que otras están entre el metro y medio y los dos metros de longitud y con características distintas, con funciones, sin duda, diferentes, pero que finalmente se colocaron en esa dehesa con esa finalidad protectora de la que habló Cabré y de la que el peregrino, como ya hizo en los Toros de Guisando, se hace partícipe. Algunos de estos verracos se encuentran actualmente en la misma dehesa mientras que otros están desperdigados por jardines de diversos palacios abulenses, recordando el peregrino el que se encuentra en los jardines del Parador de Turismo de Ávila o el de plaza de Concepción Arenal, insistiendo que alguno de ellos debería de estar en alguna plaza de Tornadizos de Ávila. El peregrino abandona Tornadizos por el antiguo camino de Toledo desde donde ya divisa la ciudad de Ávila, y tras atravesar el complejo hotelero Ávila Golf y un poco más adelante el Puente de Romanillos, sobre el río Chico, las inevitables rotondas le indican que se encuentra ya en la capital abulense.

Herradón de Pinares


Después de pernoctar en el albergue de San Bartolomé de Pinares, el peregrino se dispone a afrontar una nueva etapa que le llevará hasta la capital abulense y lo hace en dirección de El Herradón de Pinares, atravesando el puente sobre el arroyo Gaznatilla que vierte sus aguas en el río Gaznata, río que nace en la fuente del Cuadrón y desemboca a la altura de la cola del embalse del Alberche, más conocido como el embalse del Burguillo y que es el río que pasa por el Herradón, pueblo situado en el valle que lleva el nombre del río, entre dos murallones de piedra, y por donde pasaba el antiguo camino real descendiendo del puerto de las Pilas. El Herradón es junto con San Bartolomé y Santa Cruz uno de los pueblos de esa Tierra de Pinares bañados por el Gaznata por la que está caminando el peregrino una vez que pasó el Puerto de Arrebatacapas. El peregrino hace una parada frente al Ayuntamiento de El Herradón de Pinares, edificio moderno con una lápida que lleva la inscripción “Reinando Carlos tercero se ico esta obra año de 1788”, inscripción que según Teresa, regente del bar “La Plaza-El Negro”, estaba colocada en el anterior edificio que albergaba al ayuntamiento y que desapareció como consecuencia de la riada que arrasó el pueblo el 1 de septiembre de 1999. Y es de esta riada de lo que Teresa quiere hablar al peregrino y lo hace invintándole a entrar en el bar para que se tome lo que le apetezca y a la vez enseñarle fotografías que le muestran imágenes del pueblo antes de la riada y un poema enmarcado que rememora ese fatídico día en el que el río pasó de ser elemento benefactor a terriblemente destructor de cuanto se encontró a su paso, arrastrando toneladas de lodo y piedras en su recorrido hasta el pantano del Burguillo. El peregrino tiene la oportunidad de ver una foto de un puente de piedra de tres ojos que fue totalmente destruido por efecto de la riada, lo que le da una idea sobre la magnitud de la tragedia que asoló a este pueblo y a estas gentes que, aunque no hubo ninguna víctima mortal, vieron como sus enseres y propiedades bien desaparecieron o fueron anegadas entre el barro y el lodo. Al peregrino le viene a la memoria las imágenes de las vías del ferrocarril a su paso por La Cañada colgadas en el vacío en una visión verdaderamente dantesca.


 Frente al bar hay una fuente que según unos parroquianos que han entrado en el bar es lo único que se conserva de la antigua plaza y que antes de la riada era utilizada como plaza de toros durante los festejos taurinos que se celebraban en el pueblo. Al peregrino le muestran con nostalgia un parque infantil que ocupa el lugar en donde se situaban los toriles y lo hacen con el recuerdo de un tiempo aún no muy lejano en que durante las fiestas patronales en honor de Nuestra Señora del Rosario el primer domingo de octubre nunca faltaban las corridas de toros a las que asistían gentes de varios pueblos de la provincia. A pesar de lo temprano de la hora y que aún no ha hecho ganas, el peregrino acepta encantado compartir unos chatos de vino con estos contertulios que le hablan de otras fiestas, como la que se celebra el 1 de mayo organizada por las mozas del pueblo en honor a Nuestra Señora de la Antigua, las del Santísimo Cristo el día 3 de ese mes de mayo o la del día de Virgen de Valvellido, que se celebra el segundo lunes de pascua y en el atrio de la iglesia se hace la subasta de banzos siendo son los encargados de meter a la Virgen en la iglesia los que más pujan en la subasta. Estas fiestas se celebran desde tiempo atrás, le comentan al peregrino, pero actualmente se celebra otra fiesta el último fin de semana de agosto o el primero de septiembre como recuerdo de que la trágica riada que asoló el pueblo no causó ninguna víctima mortal, con una cena para todo el pueblo que finaliza con un baile amenizado con orquesta. Antes de abandonar el local para continuar su camino, al peregrino le enseñan una maqueta de la ermita de San Pedro de Alcántara que se encuentra a las afueras y que está actualmente en estado ruinoso.

El peregrino cruza por un puente medieval de un solo ojo sobre el río Gaznata, puente que también resistió a la riada, y lo hace camino de la iglesia parroquial, dedicada a Santa María la Mayor, auténtica joya del estilo Gótico-Isabelino con las características bolas o perlas decorativas que el peregrino no ha dejado de ver desde que entró en la provincia de Ávila. El peregrino lamenta que la iglesia se encuentre cerrada y, aunque amablemente se ofrecen en ir a buscar las llaves, no puede esperar a que la abran ya que el camino aún es largo y debe subir el puerto de El Boquerón.

No obstante se informa que en la portada, semejante a otras que ha visto en otros pueblos, antes había imágenes en las hornacinas y que lo más notable son las armaduras mudéjares de la capilla mayor y de las laterales, así como el retablo del estilo de Berruguete. Al peregrino le hubiera gustado entrar en la iglesia, pero el camino marca los tiempos y no puede estar más tiempo parado si quiere llegar pronto a Ávila para darse, al menos, una vuelta por la ciudad antes de ir al albergue. El peregrino toma una nueva carretera vecinal que asciende a la Cañada y, dejando a la derecha la ermita de Nuestra Señora de la Antigua, se dispone a iniciar el ascenso del puerto El Boquerón.




San Bartolomé de Pinares




Tras un descenso por un asfaltado camino, el peregrino llega a San Bartolomé de Pinares y lo primero que se encuentra son dos ermitas, la del Cristo de la Vera Cruz y la de la Visitación, ermitas de estructura muy similar y que, en esta ocasión, el peregrino encuentra cerradas, informándole que en la de la Visitación se guarda la imagen de la Virgen, aunque en esos momentos no está, ya que se está restaurando, indicándole que hay otra ermita, la de San Roque, a las afueras del pueblo y que fue sufragada por los vecinos al derruirse la primitiva. El peregrino lamenta no poder ver esa imagen de la Virgen, le hubiera gustado compararla con la recientemente visitada de Valsordo.
Ermita Vera Cruz

Ermita Visitación
Frente al Ayuntamiento al peregrino le llama la atención una estatua de Eloy Gonzalo, el héroe de Cascorro, como popularmente es conocido. Eloy Gonzalo durante la Guerra de Cuba se encontraba en el puesto de Cascorro, una pequeña localidad cercada por rebeldes cubanos, ofreciéndose voluntario para incendiar la posición enemiga tan solo con una lata de petróleo, culminando con éxito la misión. Preguntando el peregrino cuál es la relación de este personaje con San Bartolomé le comentan que este héroe de la Guerra de Cuba fue recogido de la inclusa madrileña por un matrimonio cuyo cabeza de familia era Guardia Civil que estuvo un tiempo destinado en el pueblo, por lo que pasó sus primeros años en la casa cuartel del puesto de San Bartolomé de Pinares.
Cascorro











 En busca del necesario refrigerio el peregrino entra en el Bar “El Rincón” y allí Julián, que regenta el local, amablemente le cuenta que las fiestas del pueblo se celebran en honor de San Bartolomé Apóstol el 24 de agosto, pero que se inician el día de antes con el “Viva San Bartolo” tras el pregón de las fiestas, dirigiéndose a continuación todos los concentrados desde la puerta del Ayuntamiento a Vísperas. El día de la fiesta, después de la procesión, el Ayuntamiento invita a todos a limonada y pastas, dejando para el día siguiente, el 25 de agosto, la celebración de la fiesta de La Visitación, mostrándole una gran foto de la Virgen que Julián tiene colocada en el bar, lo que permite al peregrino conocer, aunque solo sea por una foto, la imagen que no pudo contemplar en su ermita. Pero según Julián las fiestas más populares son Las Luminarias de San Antón que se celebran, según sus palabras, desde siempre cada 16 de enero y que trata de purificar a los animales con el humo de las hogueras encendidas por las calles del pueblo y que los mayordomos recorren con todo el séquito de jinetes. La fiesta comienza cuando a las nueve de la noche las campanas empiezan a repicar y todos los jinetes con sus caballos se concentran en la puerta del Ayuntamiento y es en ese momento cuando se encienden las hogueras por las calles del pueblo para que los mayordomos comiencen su recomido con el acompañamiento de los jinetes y todos cuantos quieran acompañarles y siempre al son de la gaitilla y el tamboril, finalizando la fiesta con las carnes y demás viandas colocadas sobre las brasas para deleite de todos los asistentes. El peregrino no puede evitar ver reminiscencias celtas en estas fiestas de purificación a través del fuego. Así, entre unos chatos y unos tacos de jamón y queso, Julián habla con auténtico entusiasmo de Las Luminarias y le hubiera gustado extenderse más sobre los orígenes y el significado de esta fiesta, pero el peregrino quiere estar pronto al albergue y le promete, solemnemente, que el próximo año participará en estas purificadoras fiestas.
Camino del albergue el peregrino pasa ante la iglesia parroquial que se encuentra bajo la advocación de San Bartolomé Apóstol y que, a primera vista, le parece un edificio de estilo gótico de finales del siglo XV. El peregrino entra al atrio de la iglesia por una portada ojival decorada con las ya familiares bolas isabelinas, decoración que no ve en la torre ni en el resto del edificio, puerta flanqueada por dos contrafuertes rematados con sendos pináculos, pudiendo observar dos ménsulas en las enjutas que debieron soportar imágenes ya desaparecidas, portada que le recuerda a la de la antigua iglesia de Cebreros y actual Museo de la Transición. Desde el atrio, rodeado de pinos, el peregrino observa los altos y potentes contrafuertes que sostienen la cabecera de la iglesia.
Iglesia de San Bartolomé de Pinares
En el interior un retablo renacentista ocupa casi todo el paño central de la cabecera, retablo que según le informan al peregrino estaba presidido por una imagen de San Bartolomé Apóstol, imagen que fue destruida y sustituida por una de San Pablo, que es la que está actualmente. El peregrino no pregunta cuando y como se destruyó la imagen de San Bartolomé, prefiere no saberlo, aunque sospeche que, como en otras tantas ocasiones, fue producto de la barbarie y de la ignorancia. Debajo de la tribuna le enseñan al peregrino el Belén que este año no han desmontado, se trata de un Belén con figuras articuladas que apenas puede ver entre las rejas que cierran la capilla en que se encuentra ubicado. Al peregrino le dicen que su autor es Paco, cartero jubilado, que lleva muchos años realizando Belenes con figuras articuladas y que ese, el de la iglesia, es su obra más importante y de las más visitadas durante la época navideña. En el albergue, un local compartido con el Consultorio de Atención Primaria, el peregrino se congratula de poder descansar en un local especialmente dedicado para acoger a peregrinos que están realizando el Camino de Santiago, de poder pernoctar en una localidad cuyo Ayuntamiento está trabajando para promocionar ese Camino que pasa por San Bartolomé de Pinares.












Puerto de Arrebatacapas



El peregrino retoma su camino en Cebreros para realizar la segunda etapa de este Camino del Sureste en la provincia de Ávila, camino que le llevará hasta San Bartolomé de Pinares tras subir el primero de los dos puertos que se encontrará antes de llegar a la ciudad de Ávila, el Puerto de Arrebatacapas. El peregrino, que ha caminado entre viñas y olivos por el Valle del Alberche, va a pasar a otra zona más elevada, la Tierra de Pinares que, aunque pertenezca a la misma zona climática, le ofrecerá un paisaje completamente distinto en donde, junto a pastizales, arbustos y pinares serán sus acompañantes durante toda la etapa. La subida comienza pronto, prácticamente a la salida de Cebreros, subida que, como tantas otras, el peregrino se la toma con calma, pues sabe por experiencia que realizar innecesarios esfuerzos le fatigan y le exponen a inesperadas lesiones. Así, caminado durante unos dos kilómetros y medio por más o menos pendientes trochas que muchas veces le permiten divisar la serpenteante carretera que sube al puerto, el peregrino llega, tras el consiguiente esfuerzo, hasta un cartel que le indica Puerto de Arrebatacapas 1068 metros de altitud, nombre que no puede ser más sugerente para el peregrino debido al fuerte viento que por allí suele soplar, aunque en esta ocasión goce de un espléndido día.

 En este punto el peregrino hace un alto para beber un poco de aguan en una fuente en donde puede leer Arrebatacapas, año MMIII, y recrearse ante las magníficas vistas que el paisaje le ofrece, quedando Cebreros a sus pies y una sucesión de montañas al este, montañas que partiendo del Cerro de Guisando finalizan en las estribaciones de la Sierra de Gredos.  Un poste con varias señales indican al peregrino que se encuentra en un punto de intersección de grandes y pequeños recorridos con sus características señales blancas, rojas y amarillas, señales a las que se les se ha unido esa flecha amarilla que conduce a los peregrinos hacia Santiago de Compostela. El peregrino recuerda como el Puerto de Arrebatacapas es frecuentemente citado como paso de las tropas musulmanas en su conquista de España o como lugar elegido para levantar esas atalayas que les prevendrían de la presencia enemiga.
El alto de Arrebatacapas es citado por el historiador medievalista Manuel Riu Riu en su “España Islámica” como paso de las tropas musulmanas que remontando el río Alberche se dirigían hacia Segovia, o las nuevas campañas entre los años 713 y 714 de León a Toledo por el alto de Arrebatacapas como señala Claudio Sánchez Albornoz en “España Musulmana”. Al peregrino le gustaría aclarar una cita de Andrea Navagero referente al Puerto de Arrebatacapas que frecuentemente ha encontrado en guías y folletos del Camino del Sureste. Andrea Navagero, escritor y diplomático italiano, que estuvo en España entre 1524 y 1528 como embajador de la República de Venencia ante Carlos V, en su libro “Viaje por España” se puede leer “Una buena parte de este camino es por montes muy ásperos y se pasa por el puerto de Arrebatacapas”. El camino y el puerto al que se refiere Navagero no es el camino que está realizando el peregrino ni es el puerto que acaba de ascender, se trata del Puerto de Arrebatacapas situado en el camino de Toledo a Guadalupe y que en 1525 recorrió Navagero. Asimismo Villuga detalla las ventas que están al pie del Puerto de Arrebatacapas en el Camino de Guadalupe. Realizada esta puntualización, el peregrino, tras este breve paréntesis, continúa su caminar hacia San Bartolomé de Pinares. Durante un buen trecho el peregrino continúa subiendo entre una tupida vegetación que por momentos le recuerda otros paisajes del norte de España, subida que finaliza en una amplia pradera en donde las flechas amarillas coinciden con un sendero marcado con lajas y que el peregrino deduce que es una ruta marcada para los moteros que tanto proliferan por esta zona. Es en esta pradera donde el peregrino ve algún que otro esqueleto de caballerías que han sido pasto de esos buitres negros que, junto a la cigüeña negra y al águila imperial, han encontrado refugio y protección en esta zona boscosa de pinares resultante de la paulatina desaparición de la tierra de pastos. El peregrino sale a la carretera AV-503 por el Arroyo de la Pizarra y las flechas amarillas le llevan a seguir el camino por la carretera hasta un cruce en donde un pequeño monolito indica, con letras muy desgastadas y que apenas se pueden leer, que a San Bartolomé de Pinares hay cinco kilómetros y diez a La Cañada, dirección esta última que, siguiendo la flecha amarilla, toma el peregrino para un poco más adelante coger un camino que le conducirá hasta San Bartolomé de Pinares.


 Nota: El tramo final por carretera ha sido modificado para seguir, desde el Arroyo de la Pizarra, por la antigua Cañada Real, aunque sin seguir fielmente su antiguo trazado, ya que se daría un rodeo bastante largo que alargaría la etapa. El camino hasta San Bartolomé se realiza por un camino que prácticamente va paralelo a la carretera, sin llegar al cruce anteriormente mencionado.

Santuario Virgen de Sonsoles




Costumbres y tradiciones de El Barraco

El peregrino se dispone a escuchar algunas de las costumbres y tradiciones que aún se conservan en El Barraco y que dan lugar a celebraciones y fiestas en las que participan, prácticamente, todo el pueblo. Las Candelas o Fiestas de los Quintos es una de las fiestas más tradicionales y con mayor arraigo, le dicen al peregrino, pues se remontan al año 1870. Es una fiesta que históricamente celebraban los mozos como despedida antes de incorporarse al servicio militar, pero que se sigue celebrando en la actualidad aunque haya desaparecido el servicio obligatorio. La fiesta se celebra el primer domingo siguiente al 2 de febrero, siendo lo más característico de esta tradición las coplas compuestas por poetas populares, en forma de jota barranquera, que los mozos cantan a la virgen de la Piedad a las puertas de su ermita, así como a los Mayordomos, mozos que van ataviados con su indumentaria característica, capa negra y sombrero de paño también negro, colgando en la capa una medalla y un trozo del manto de la Virgen en forma de lazo y una escarapela con cintas de colores en el sombrero, cintas dedicadas por sus mozas favoritas, según le aclaran al peregrino. Muchas de estas coplas se han perdido, le comentan al peregrino, pero otras perduran en la memoria del pueblo y las ha recogido José Antonio Somoza en su libro “El Barraco: usos y costumbres”. Otra de las tradiciones que cuentan al peregrino es la romería de San Marcos que se celebra desde antiguo cuando la víspera de la festividad del Santo, 24 de abril, los mayordomos y los niños iban a la ermita, situada unos dos kilómetros del pueblo, merendaban y traían a San Marcos en sus andas hasta la iglesia parroquial. Antiguamente la romería se celebraba el día 26, el día siguiente a la festividad de San Marcos, le aclaran al peregrino, pero actualmente se celebra el domingo siguiente al 25 de abril, salvo que este sea festivo. La jornada comienza con el traslado del santo, al que popularmente se le conoce como “rey de los charcos” en procesión desde la iglesia parroquial a su ermita para celebrar los actos litúrgicos en su honor. Como al peregrino le gustan este tipo de tradiciones en los que el pueblo se vuelca en la romería a la ermita de su patrón, escucha con agrado como se celebraba antiguamente esta romería a la ermita de San Marcos, como todos acompañaban al santo andando o montando sus caballerías, llevando las viandas en cestos de mimbre, aguaderas o serones para celebrar un día de fiesta en la explanada de la ermita, compartiendo tortillas y chuletas que se asaban sobre los sarmientos recogidos de las viñas que se habían podado ese año, tomando ese vino de la tierra o la fresca sangría elaborada en las casas, siempre al son de la gaita y el tambor, cantando o bailando la jota, todo ello en un alegre y festivo día de campo. Actualmente se sigue celebrando la romería prácticamente con las mismas costumbres, le comentan al peregrino, aunque muchas se vayan perdiendo con el tiempo y con la llegada de nuevas modas. Al peregrino le dicen que la primitiva ermita era de forma cuadrada con porche, muy pequeña y muy antigua, existiendo dos piedras de gran tamaño, una encima de la otra, donde se colocaba al santo el día de la romería. La actual, de mayor tamaño, fue construida en 1959 como consecuencia del derribo, por mal estado, de la primitiva. Las fiestas en honor del Santísimo Cristo de Gracia que se celebran en septiembre son el acontecimiento religioso y social más importante del año, según le comentan al peregrino, que tuvo la oportunidad de ver la imagen del Cristo en su visita a la iglesia parroquial, imagen que le pareció de buena factura y bella anatomía. Las fiestas comienzan en la madrugada del día 14, festividad de la Exaltación de la Santa Cruz, cuando se tocan las “alboreadas”, repique continuo de las campanas de la torre de la iglesia por parte de los jóvenes del pueblo, celebrándose misa solemne y procesión por las calles de la localidad, donde el bullicio se mezcla con el incesante repicar de campanas, el estruendo de los cohetes y los acordes de la banda de música que acompaña al cortejo procesional. Son cuatro días de fiesta llenas de fervor y entusiasmo popular, con gran variedad de actividades lúdicas para gentes de todas las edades. Interesado el peregrino por los orígenes de esta fiesta y devoción por el Cristo de Gracia, le apuntan que estas fiestas probablemente comenzarían a celebrarse a finales del siglo XVIII cuando se ofrecía indulgencia plenaria a quienes visitaban y rezaban ante el altar del Santísimo Cristo que fue denominado por los barraqueños como nuestro “Cristo Bendito” por la cantidad de limosnas que recibía. Estas son algunas de las fiestas y tradiciones que se siguen en El Barraco según le comenta al peregrino José Luis Somoza, su amable anfitrión, que continúa diciéndole que hay muchas más, algunas se han perdido y otras se mantienen, destacándole el rico acervo musical formado por una gran variedad de ritmos y estructuras musicales que se han mantenido durante siglos transmitidos de generación en generación y de boca a boca, que han dado lugar a variadas composiciones musicales en función de a quien estuvieran dedicadas, canciones de siega y labranza, de bodas, infantiles, cantos de Semana Santa, rogativas al Cristo de Gracia, villancicos navideños, coplas de los quintos, como ejemplos del rico folklore de este pueblo que se encuentra en la ruta del Camino del Sureste que conduce a Santiago de Compostela. El peregrino abandona el Barraco agradecido por la hospitalidad recibida y con la sensación de que su mochila pesa un poco más, que va un poco más llena de costumbres y tradiciones.

El Barraco

El peregrino, después de haber atravesado el embalse del Burguillo, llega a El Barraco que le recuerda a esos pueblos nacidos a la vera del Camino, con una gran calle o avenida alrededor de la cual se van conformando los distintos servicios y se van aposentando las diversas instituciones. El nombre del pueblo no le extraña al peregrino, ya que desde que se adentró en tierra de vetones por los Toros de Guisando ha echado de menos topónimos relacionados con los famosos verracos celtas, topónimo que en esta ocasión puede corroborar por el verraco que figura en el escudo de la localidad rodeado por las ocho aspas del escudo de don Juan del Águila, capitán que fue de Felipe II. El peregrino hace su parada en la Plaza de la Constitución, una plaza que le parece más bien un ensanche de esa calle principal, pero que sus soportales, con variopintos pilares y capiteles, orientados al sur junto a la pequeña galería porticada, de cuatro arcos de medio punto que da acceso al Ayuntamiento, le dan una fisonomía de plaza que sin duda ha sido testigo, como tantas otras, de mercadillos, tratos y alboroques. El Ayuntamiento es un edificio del siglo XVI de dos plantas de sillería labrada, aunque el peregrino puede leer en la fachada una inscripción del reinado de Carlos III en que la fecha de 1753 sería, si duda, la de una reconstrucción. Al peregrino le cuentan que la caseta de estilo neoclásico donde está ubicado el reloj no es la original, que se construyó durante una restauración en 1943 como consecuencia de un incendio sufrido por el edificio en 1937. Desde el interior de la galería porticada el peregrino ve sobre el dintel de la puerta el escudo de Felipe V rodeándole una inscripción en letra gótica que refiere como se mandó hacer esta obra en 1563. En los soportales al peregrino le llama la atención un reclamo publicitario que le retrotrae a tiempos de su juventud cuando en la carretera había colocadas unas tinajas con el lema “Viaje feliz con rosquillas Velí”, lema que ahora ve a la puerta de un establecimiento “La Barraqueña” al que el peregrino entra para saborear unos exquisitos fritos con crema que le reconfortan tras su pedaleada desde el Tiemblo. Al peregrino le dicen que si puede no deje de visitar el Museo de la Naturaleza del Valle del Alberche en donde podrá ver una muestra representativa del patrimonio natural de esta comarca y una colección zoológica centrada en la biodiversidad de esta zona que se enmarca en la Red de Espacios Naturales de Castilla y León. El peregrino no tiene tiempo, pero promete visitarlo en cuanto se le presente la ocasión. El peregrino, que antes de llegar a la plaza había pasado junto a la iglesia parroquial, se dispone a visitarla callejeando por las irregulares calles del pueblo que conforman pequeñas plazas, y es en una de estas pequeñas plazas en donde el peregrino se encuentra con un monolito con un busto de Santa Teresa con la inscripción “Cuenta la tradición oral que la Santa en sus viajes a Toledo y Malagón hizo noche en la casa 30-32 de esta calle que lleva su nombre”, homenaje que el pueblo de El Barraco hizo a la santa andariega en el año 2008. La iglesia parroquial de El Barraco está dedicada a la Asunción de Nuestra Señora y es un edificio de finales del siglo XV y principios del XVI en el que el peregrino puede observar esas típicas bolas del gótico tardío en la portada de los pies y en las impostas que conforman los tres cuerpos de la alta torre y en las ventanas del campanario. De nuevo estas bolas isabelinas se cruzan en el camino del peregrino, aunque en esta ocasión solo decoren la torre y la citada portada. En su recorrido exterior el peregrino ve una plana cabecera de sillería sin ninguna decoración, al igual que en el resto del edificio que se le muestra sobrio, pero imponente. El interior le muestra al peregrino un templo de tres naves separadas por arcos de medio punto cubiertas con sencillas armaduras moriscas sin ningún tipo de arabesco, cosa que no ocurre en el artesonado de la capilla de la pila bautismal donde, a pesar de la poca iluminación, el peregrino puede observar las piñas pinjantes que decoran la ochavada cubierta de madera. Situado frente a la capilla mayor, cubierta con bóveda de tercelete, el peregrino contempla el magnífico retablo que ocupa todo el testero y recuerda que según Manuel Gómez Moreno es de mediados del siglo XVI y elaborado por algún discípulo Berruguete, aunque fueron varios los escultores que trabajaron en este retablo considerado como la mejor obra de escultura policromada de la escuela abulense. Pero el retablo que el peregrino ve no es el que vio y catalogó Gómez Moreno a principios del siglo XX ya que muchas de las imágenes originales fueron destruidas durante la guerra civil, colocándose figuras de diversas épocas y estilos, como la considerada mejor y principal que ocupaba el encasamento central del segundo cuerpo y representaba a la Virgen sentada entre dos angelitos y con el Niño en su regazo, siendo sustituida por la imagen de la Asunción que estaba en el cuerpo superior. Una foto de 1929 colocada en el presbiterio le muestra al peregrino el retablo tal como era antes de caer bajo la barbarie de la guerra, foto que le muestra como se accedía al altar por medio de una escalera de piedra, escalera que posteriormente fue sustituida por otra y finalmente eliminada en una reforma durante los años setenta del pasado siglo. Durante su visita a la iglesia el peregrino asiste a los preparativos de un concierto de polifonía religiosa que iba a ser dado por la Coral de Alcobendas, indicándole que más tarde, en los soportales del Ayuntamiento, se interpretarán canciones populares, invitándole a quedarse a los dos conciertos, invitación que el peregrino agradece y acepta encantado. Tatareando y palmeando las canciones populares junto a los miembros de la coral, el peregrino tiene la suerte de conocer a José Antonio Somoza, antiguo maestro y actual concejal de El Barraco, autor de dos libros “Para la historia de El Barraco” y “El Barraco: usos y costumbres”, que amablemente se ofrece, tomando unas cañas, a relatarle algunas de las costumbres que actualmente se siguen celebrando y que el peregrino está dispuesto a escuchar con la máxima atención para enriquecer sus conocimientos sobre las tradiciones populares a lo largo del Camino de Santiago.