miércoles, 11 de febrero de 2015

Puerto de El Boquerón y Tornadizos de Ávila

Una vez pasada la ermita de Nuestra Señora de la Antigua el peregrino inicia la subida al Puerto de El Boquerón, lo hace primero por una senda un tanto pedregosa, que dificulta de cierta manera su caminar, para atravesar seguidamente una pradera que le conduce hasta un camino que, por bajo de la sinuosa carretera, le lleva hasta el alto del puerto. El peregrino camina al principio junto a una reses que se interponen en sus camino, el peregrino sabe, por qué así le han informado, que no son bravas y que si no se les molesta no son peligrosas, por lo que hace como si no las viera, aunque durante un largo trecho tenga que caminar detrás de una vaca como si le guiara por ese abrupto camino. Una vez abandonada la inesperada compañía, el peregrino, tras atravesar la pradera y embarrarse algo las botas, pasa bajo un puente que cruza la carretera e inicia el último trecho, posiblemente el más duro, tanto por la pendiente como por el calor que ya comenzaba apretar. En el alto del puerto el peregrino lee el cartel que le indica que se encuentra a 1315 metros de altitud y piensa que este paso debió ser frecuentemente transitado en el camino de Ávila hacia el valle, aunque el Camino Real pasara por el puerto de las Pilas. El peregrino recuerda los rallyes que hace unos años se celebran en este puerto y que, sin duda, harían las delicias de los intrépidos automovilistas. Desde el alto del puerto, el peregrino continúa su camino siguiendo las flechas amarillas que le conducen hacia Tornadizos de Ávila, pueblo que no figura en antiguas guías del Camino del Sureste, pero que actualmente está incluido con el fin de evitar la peligrosa carretera que baja hacia Ávila.
Plaza y Ayuntamiento de Tornadizos
El nombre de Tornadizos le recuerda al peregrino esos topónimos de repoblación acabados en “os” y que atendiendo a la filiación de los repobladores daban nombre a la población, nombres como Gallegos, Castellanos o, como en este caso, Tornadizos, que se referían a los conversos judíos que abandonaban la religión cristiana o atendiendo a la documentación alto medieval los antropónimos árabes que se referían a los tornadizos cristianos que se convirtieron al Islam durante la invasión. Asimismo Tornadizos aparece como -lugar- en el Vecindario de Ensenada de 1759 en donde se recogen todos los núcleos de población clasificados en ciudades, villas y lugares. Al peregrino le parece una idea estupenda que el Camino pase por Tornadizos antes de llegar a Ávila, ya que la etapa es larga y si el calor aprieta no viene nada mal tomarse el necesario refrigerio, a ser posible en algún bar en donde la experiencia le dice al peregrino que seguramente encontrará, amén de un bocadillo y un vaso de vino, una agradable conversación que, como ya le ha ocurrido en otras ocasiones, enriquecerá su bagaje cultural con lo que le cuenten sus cordiales contertulios. En esta ocasión el peregrino tiene la suerte de encontrarse con Isabel en el bar El Patio, junto al Ayuntamiento y frente a la iglesia parroquial. Isabel da la casualidad de que es la alcaldesa y resulta que está encantada de que por su pueblo pasen y se detengan los peregrinos que se dirigen a Santiago de Compostela, por lo que no sólo invita al peregrino, si no que se ofrece amablemente a enseñarle un verraco que se encuentra en la Plaza de la Fuente, un verraco al que le faltan la cabeza y las patas y que fue descubierto en el Cerro de los Garduños, cerca de Tornadizos.

Al peregrino no le extraña que en Tornadizos haya un verraco vetón y piensa que tendría que haber más, ya que por esta zona, en la Dehesa de la Alameda Alta, en su término municipal, se descubrieron una veintena de ejemplares alienados, al modo de los Toros de Guisando, que están documentados en el Catálogo de esculturas de la provincia de Ávila y están recogidos en el libro “Los Vetones” de Álvarez Sanchís. El peregrino recuerda que fue el arqueólogo Juan Cabré el primero que habló de estas esculturas zoomorfas que se descubrieron en la citada Dehesa de la Alameda Alta y el que planteó la hipótesis de que al estar situados en fértiles prados, lejos de poblados, se trataría de símbolos protectores de ganados y de las tierras en donde pastaran, aunque existan dudas sobre esta interpretación al tratarse de un número elevado de ejemplares y de diversa época, morfología y tamaño, ya que, según el catálogo, aproximadamente la mitad son de pequeñas dimensiones, algunas con inscripciones romanas y no están caladas entre el plinto y el vientre del animal, mientras que otras están entre el metro y medio y los dos metros de longitud y con características distintas, con funciones, sin duda, diferentes, pero que finalmente se colocaron en esa dehesa con esa finalidad protectora de la que habló Cabré y de la que el peregrino, como ya hizo en los Toros de Guisando, se hace partícipe. Algunos de estos verracos se encuentran actualmente en la misma dehesa mientras que otros están desperdigados por jardines de diversos palacios abulenses, recordando el peregrino el que se encuentra en los jardines del Parador de Turismo de Ávila o el de plaza de Concepción Arenal, insistiendo que alguno de ellos debería de estar en alguna plaza de Tornadizos de Ávila. El peregrino abandona Tornadizos por el antiguo camino de Toledo desde donde ya divisa la ciudad de Ávila, y tras atravesar el complejo hotelero Ávila Golf y un poco más adelante el Puente de Romanillos, sobre el río Chico, las inevitables rotondas le indican que se encuentra ya en la capital abulense.

Herradón de Pinares


Después de pernoctar en el albergue de San Bartolomé de Pinares, el peregrino se dispone a afrontar una nueva etapa que le llevará hasta la capital abulense y lo hace en dirección de El Herradón de Pinares, atravesando el puente sobre el arroyo Gaznatilla que vierte sus aguas en el río Gaznata, río que nace en la fuente del Cuadrón y desemboca a la altura de la cola del embalse del Alberche, más conocido como el embalse del Burguillo y que es el río que pasa por el Herradón, pueblo situado en el valle que lleva el nombre del río, entre dos murallones de piedra, y por donde pasaba el antiguo camino real descendiendo del puerto de las Pilas. El Herradón es junto con San Bartolomé y Santa Cruz uno de los pueblos de esa Tierra de Pinares bañados por el Gaznata por la que está caminando el peregrino una vez que pasó el Puerto de Arrebatacapas. El peregrino hace una parada frente al Ayuntamiento de El Herradón de Pinares, edificio moderno con una lápida que lleva la inscripción “Reinando Carlos tercero se ico esta obra año de 1788”, inscripción que según Teresa, regente del bar “La Plaza-El Negro”, estaba colocada en el anterior edificio que albergaba al ayuntamiento y que desapareció como consecuencia de la riada que arrasó el pueblo el 1 de septiembre de 1999. Y es de esta riada de lo que Teresa quiere hablar al peregrino y lo hace invintándole a entrar en el bar para que se tome lo que le apetezca y a la vez enseñarle fotografías que le muestran imágenes del pueblo antes de la riada y un poema enmarcado que rememora ese fatídico día en el que el río pasó de ser elemento benefactor a terriblemente destructor de cuanto se encontró a su paso, arrastrando toneladas de lodo y piedras en su recorrido hasta el pantano del Burguillo. El peregrino tiene la oportunidad de ver una foto de un puente de piedra de tres ojos que fue totalmente destruido por efecto de la riada, lo que le da una idea sobre la magnitud de la tragedia que asoló a este pueblo y a estas gentes que, aunque no hubo ninguna víctima mortal, vieron como sus enseres y propiedades bien desaparecieron o fueron anegadas entre el barro y el lodo. Al peregrino le viene a la memoria las imágenes de las vías del ferrocarril a su paso por La Cañada colgadas en el vacío en una visión verdaderamente dantesca.


 Frente al bar hay una fuente que según unos parroquianos que han entrado en el bar es lo único que se conserva de la antigua plaza y que antes de la riada era utilizada como plaza de toros durante los festejos taurinos que se celebraban en el pueblo. Al peregrino le muestran con nostalgia un parque infantil que ocupa el lugar en donde se situaban los toriles y lo hacen con el recuerdo de un tiempo aún no muy lejano en que durante las fiestas patronales en honor de Nuestra Señora del Rosario el primer domingo de octubre nunca faltaban las corridas de toros a las que asistían gentes de varios pueblos de la provincia. A pesar de lo temprano de la hora y que aún no ha hecho ganas, el peregrino acepta encantado compartir unos chatos de vino con estos contertulios que le hablan de otras fiestas, como la que se celebra el 1 de mayo organizada por las mozas del pueblo en honor a Nuestra Señora de la Antigua, las del Santísimo Cristo el día 3 de ese mes de mayo o la del día de Virgen de Valvellido, que se celebra el segundo lunes de pascua y en el atrio de la iglesia se hace la subasta de banzos siendo son los encargados de meter a la Virgen en la iglesia los que más pujan en la subasta. Estas fiestas se celebran desde tiempo atrás, le comentan al peregrino, pero actualmente se celebra otra fiesta el último fin de semana de agosto o el primero de septiembre como recuerdo de que la trágica riada que asoló el pueblo no causó ninguna víctima mortal, con una cena para todo el pueblo que finaliza con un baile amenizado con orquesta. Antes de abandonar el local para continuar su camino, al peregrino le enseñan una maqueta de la ermita de San Pedro de Alcántara que se encuentra a las afueras y que está actualmente en estado ruinoso.

El peregrino cruza por un puente medieval de un solo ojo sobre el río Gaznata, puente que también resistió a la riada, y lo hace camino de la iglesia parroquial, dedicada a Santa María la Mayor, auténtica joya del estilo Gótico-Isabelino con las características bolas o perlas decorativas que el peregrino no ha dejado de ver desde que entró en la provincia de Ávila. El peregrino lamenta que la iglesia se encuentre cerrada y, aunque amablemente se ofrecen en ir a buscar las llaves, no puede esperar a que la abran ya que el camino aún es largo y debe subir el puerto de El Boquerón.

No obstante se informa que en la portada, semejante a otras que ha visto en otros pueblos, antes había imágenes en las hornacinas y que lo más notable son las armaduras mudéjares de la capilla mayor y de las laterales, así como el retablo del estilo de Berruguete. Al peregrino le hubiera gustado entrar en la iglesia, pero el camino marca los tiempos y no puede estar más tiempo parado si quiere llegar pronto a Ávila para darse, al menos, una vuelta por la ciudad antes de ir al albergue. El peregrino toma una nueva carretera vecinal que asciende a la Cañada y, dejando a la derecha la ermita de Nuestra Señora de la Antigua, se dispone a iniciar el ascenso del puerto El Boquerón.




San Bartolomé de Pinares




Tras un descenso por un asfaltado camino, el peregrino llega a San Bartolomé de Pinares y lo primero que se encuentra son dos ermitas, la del Cristo de la Vera Cruz y la de la Visitación, ermitas de estructura muy similar y que, en esta ocasión, el peregrino encuentra cerradas, informándole que en la de la Visitación se guarda la imagen de la Virgen, aunque en esos momentos no está, ya que se está restaurando, indicándole que hay otra ermita, la de San Roque, a las afueras del pueblo y que fue sufragada por los vecinos al derruirse la primitiva. El peregrino lamenta no poder ver esa imagen de la Virgen, le hubiera gustado compararla con la recientemente visitada de Valsordo.
Ermita Vera Cruz

Ermita Visitación
Frente al Ayuntamiento al peregrino le llama la atención una estatua de Eloy Gonzalo, el héroe de Cascorro, como popularmente es conocido. Eloy Gonzalo durante la Guerra de Cuba se encontraba en el puesto de Cascorro, una pequeña localidad cercada por rebeldes cubanos, ofreciéndose voluntario para incendiar la posición enemiga tan solo con una lata de petróleo, culminando con éxito la misión. Preguntando el peregrino cuál es la relación de este personaje con San Bartolomé le comentan que este héroe de la Guerra de Cuba fue recogido de la inclusa madrileña por un matrimonio cuyo cabeza de familia era Guardia Civil que estuvo un tiempo destinado en el pueblo, por lo que pasó sus primeros años en la casa cuartel del puesto de San Bartolomé de Pinares.
Cascorro











 En busca del necesario refrigerio el peregrino entra en el Bar “El Rincón” y allí Julián, que regenta el local, amablemente le cuenta que las fiestas del pueblo se celebran en honor de San Bartolomé Apóstol el 24 de agosto, pero que se inician el día de antes con el “Viva San Bartolo” tras el pregón de las fiestas, dirigiéndose a continuación todos los concentrados desde la puerta del Ayuntamiento a Vísperas. El día de la fiesta, después de la procesión, el Ayuntamiento invita a todos a limonada y pastas, dejando para el día siguiente, el 25 de agosto, la celebración de la fiesta de La Visitación, mostrándole una gran foto de la Virgen que Julián tiene colocada en el bar, lo que permite al peregrino conocer, aunque solo sea por una foto, la imagen que no pudo contemplar en su ermita. Pero según Julián las fiestas más populares son Las Luminarias de San Antón que se celebran, según sus palabras, desde siempre cada 16 de enero y que trata de purificar a los animales con el humo de las hogueras encendidas por las calles del pueblo y que los mayordomos recorren con todo el séquito de jinetes. La fiesta comienza cuando a las nueve de la noche las campanas empiezan a repicar y todos los jinetes con sus caballos se concentran en la puerta del Ayuntamiento y es en ese momento cuando se encienden las hogueras por las calles del pueblo para que los mayordomos comiencen su recomido con el acompañamiento de los jinetes y todos cuantos quieran acompañarles y siempre al son de la gaitilla y el tamboril, finalizando la fiesta con las carnes y demás viandas colocadas sobre las brasas para deleite de todos los asistentes. El peregrino no puede evitar ver reminiscencias celtas en estas fiestas de purificación a través del fuego. Así, entre unos chatos y unos tacos de jamón y queso, Julián habla con auténtico entusiasmo de Las Luminarias y le hubiera gustado extenderse más sobre los orígenes y el significado de esta fiesta, pero el peregrino quiere estar pronto al albergue y le promete, solemnemente, que el próximo año participará en estas purificadoras fiestas.
Camino del albergue el peregrino pasa ante la iglesia parroquial que se encuentra bajo la advocación de San Bartolomé Apóstol y que, a primera vista, le parece un edificio de estilo gótico de finales del siglo XV. El peregrino entra al atrio de la iglesia por una portada ojival decorada con las ya familiares bolas isabelinas, decoración que no ve en la torre ni en el resto del edificio, puerta flanqueada por dos contrafuertes rematados con sendos pináculos, pudiendo observar dos ménsulas en las enjutas que debieron soportar imágenes ya desaparecidas, portada que le recuerda a la de la antigua iglesia de Cebreros y actual Museo de la Transición. Desde el atrio, rodeado de pinos, el peregrino observa los altos y potentes contrafuertes que sostienen la cabecera de la iglesia.
Iglesia de San Bartolomé de Pinares
En el interior un retablo renacentista ocupa casi todo el paño central de la cabecera, retablo que según le informan al peregrino estaba presidido por una imagen de San Bartolomé Apóstol, imagen que fue destruida y sustituida por una de San Pablo, que es la que está actualmente. El peregrino no pregunta cuando y como se destruyó la imagen de San Bartolomé, prefiere no saberlo, aunque sospeche que, como en otras tantas ocasiones, fue producto de la barbarie y de la ignorancia. Debajo de la tribuna le enseñan al peregrino el Belén que este año no han desmontado, se trata de un Belén con figuras articuladas que apenas puede ver entre las rejas que cierran la capilla en que se encuentra ubicado. Al peregrino le dicen que su autor es Paco, cartero jubilado, que lleva muchos años realizando Belenes con figuras articuladas y que ese, el de la iglesia, es su obra más importante y de las más visitadas durante la época navideña. En el albergue, un local compartido con el Consultorio de Atención Primaria, el peregrino se congratula de poder descansar en un local especialmente dedicado para acoger a peregrinos que están realizando el Camino de Santiago, de poder pernoctar en una localidad cuyo Ayuntamiento está trabajando para promocionar ese Camino que pasa por San Bartolomé de Pinares.












Puerto de Arrebatacapas



El peregrino retoma su camino en Cebreros para realizar la segunda etapa de este Camino del Sureste en la provincia de Ávila, camino que le llevará hasta San Bartolomé de Pinares tras subir el primero de los dos puertos que se encontrará antes de llegar a la ciudad de Ávila, el Puerto de Arrebatacapas. El peregrino, que ha caminado entre viñas y olivos por el Valle del Alberche, va a pasar a otra zona más elevada, la Tierra de Pinares que, aunque pertenezca a la misma zona climática, le ofrecerá un paisaje completamente distinto en donde, junto a pastizales, arbustos y pinares serán sus acompañantes durante toda la etapa. La subida comienza pronto, prácticamente a la salida de Cebreros, subida que, como tantas otras, el peregrino se la toma con calma, pues sabe por experiencia que realizar innecesarios esfuerzos le fatigan y le exponen a inesperadas lesiones. Así, caminado durante unos dos kilómetros y medio por más o menos pendientes trochas que muchas veces le permiten divisar la serpenteante carretera que sube al puerto, el peregrino llega, tras el consiguiente esfuerzo, hasta un cartel que le indica Puerto de Arrebatacapas 1068 metros de altitud, nombre que no puede ser más sugerente para el peregrino debido al fuerte viento que por allí suele soplar, aunque en esta ocasión goce de un espléndido día.

 En este punto el peregrino hace un alto para beber un poco de aguan en una fuente en donde puede leer Arrebatacapas, año MMIII, y recrearse ante las magníficas vistas que el paisaje le ofrece, quedando Cebreros a sus pies y una sucesión de montañas al este, montañas que partiendo del Cerro de Guisando finalizan en las estribaciones de la Sierra de Gredos.  Un poste con varias señales indican al peregrino que se encuentra en un punto de intersección de grandes y pequeños recorridos con sus características señales blancas, rojas y amarillas, señales a las que se les se ha unido esa flecha amarilla que conduce a los peregrinos hacia Santiago de Compostela. El peregrino recuerda como el Puerto de Arrebatacapas es frecuentemente citado como paso de las tropas musulmanas en su conquista de España o como lugar elegido para levantar esas atalayas que les prevendrían de la presencia enemiga.
El alto de Arrebatacapas es citado por el historiador medievalista Manuel Riu Riu en su “España Islámica” como paso de las tropas musulmanas que remontando el río Alberche se dirigían hacia Segovia, o las nuevas campañas entre los años 713 y 714 de León a Toledo por el alto de Arrebatacapas como señala Claudio Sánchez Albornoz en “España Musulmana”. Al peregrino le gustaría aclarar una cita de Andrea Navagero referente al Puerto de Arrebatacapas que frecuentemente ha encontrado en guías y folletos del Camino del Sureste. Andrea Navagero, escritor y diplomático italiano, que estuvo en España entre 1524 y 1528 como embajador de la República de Venencia ante Carlos V, en su libro “Viaje por España” se puede leer “Una buena parte de este camino es por montes muy ásperos y se pasa por el puerto de Arrebatacapas”. El camino y el puerto al que se refiere Navagero no es el camino que está realizando el peregrino ni es el puerto que acaba de ascender, se trata del Puerto de Arrebatacapas situado en el camino de Toledo a Guadalupe y que en 1525 recorrió Navagero. Asimismo Villuga detalla las ventas que están al pie del Puerto de Arrebatacapas en el Camino de Guadalupe. Realizada esta puntualización, el peregrino, tras este breve paréntesis, continúa su caminar hacia San Bartolomé de Pinares. Durante un buen trecho el peregrino continúa subiendo entre una tupida vegetación que por momentos le recuerda otros paisajes del norte de España, subida que finaliza en una amplia pradera en donde las flechas amarillas coinciden con un sendero marcado con lajas y que el peregrino deduce que es una ruta marcada para los moteros que tanto proliferan por esta zona. Es en esta pradera donde el peregrino ve algún que otro esqueleto de caballerías que han sido pasto de esos buitres negros que, junto a la cigüeña negra y al águila imperial, han encontrado refugio y protección en esta zona boscosa de pinares resultante de la paulatina desaparición de la tierra de pastos. El peregrino sale a la carretera AV-503 por el Arroyo de la Pizarra y las flechas amarillas le llevan a seguir el camino por la carretera hasta un cruce en donde un pequeño monolito indica, con letras muy desgastadas y que apenas se pueden leer, que a San Bartolomé de Pinares hay cinco kilómetros y diez a La Cañada, dirección esta última que, siguiendo la flecha amarilla, toma el peregrino para un poco más adelante coger un camino que le conducirá hasta San Bartolomé de Pinares.


 Nota: El tramo final por carretera ha sido modificado para seguir, desde el Arroyo de la Pizarra, por la antigua Cañada Real, aunque sin seguir fielmente su antiguo trazado, ya que se daría un rodeo bastante largo que alargaría la etapa. El camino hasta San Bartolomé se realiza por un camino que prácticamente va paralelo a la carretera, sin llegar al cruce anteriormente mencionado.

Santuario Virgen de Sonsoles




Costumbres y tradiciones de El Barraco

El peregrino se dispone a escuchar algunas de las costumbres y tradiciones que aún se conservan en El Barraco y que dan lugar a celebraciones y fiestas en las que participan, prácticamente, todo el pueblo. Las Candelas o Fiestas de los Quintos es una de las fiestas más tradicionales y con mayor arraigo, le dicen al peregrino, pues se remontan al año 1870. Es una fiesta que históricamente celebraban los mozos como despedida antes de incorporarse al servicio militar, pero que se sigue celebrando en la actualidad aunque haya desaparecido el servicio obligatorio. La fiesta se celebra el primer domingo siguiente al 2 de febrero, siendo lo más característico de esta tradición las coplas compuestas por poetas populares, en forma de jota barranquera, que los mozos cantan a la virgen de la Piedad a las puertas de su ermita, así como a los Mayordomos, mozos que van ataviados con su indumentaria característica, capa negra y sombrero de paño también negro, colgando en la capa una medalla y un trozo del manto de la Virgen en forma de lazo y una escarapela con cintas de colores en el sombrero, cintas dedicadas por sus mozas favoritas, según le aclaran al peregrino. Muchas de estas coplas se han perdido, le comentan al peregrino, pero otras perduran en la memoria del pueblo y las ha recogido José Antonio Somoza en su libro “El Barraco: usos y costumbres”. Otra de las tradiciones que cuentan al peregrino es la romería de San Marcos que se celebra desde antiguo cuando la víspera de la festividad del Santo, 24 de abril, los mayordomos y los niños iban a la ermita, situada unos dos kilómetros del pueblo, merendaban y traían a San Marcos en sus andas hasta la iglesia parroquial. Antiguamente la romería se celebraba el día 26, el día siguiente a la festividad de San Marcos, le aclaran al peregrino, pero actualmente se celebra el domingo siguiente al 25 de abril, salvo que este sea festivo. La jornada comienza con el traslado del santo, al que popularmente se le conoce como “rey de los charcos” en procesión desde la iglesia parroquial a su ermita para celebrar los actos litúrgicos en su honor. Como al peregrino le gustan este tipo de tradiciones en los que el pueblo se vuelca en la romería a la ermita de su patrón, escucha con agrado como se celebraba antiguamente esta romería a la ermita de San Marcos, como todos acompañaban al santo andando o montando sus caballerías, llevando las viandas en cestos de mimbre, aguaderas o serones para celebrar un día de fiesta en la explanada de la ermita, compartiendo tortillas y chuletas que se asaban sobre los sarmientos recogidos de las viñas que se habían podado ese año, tomando ese vino de la tierra o la fresca sangría elaborada en las casas, siempre al son de la gaita y el tambor, cantando o bailando la jota, todo ello en un alegre y festivo día de campo. Actualmente se sigue celebrando la romería prácticamente con las mismas costumbres, le comentan al peregrino, aunque muchas se vayan perdiendo con el tiempo y con la llegada de nuevas modas. Al peregrino le dicen que la primitiva ermita era de forma cuadrada con porche, muy pequeña y muy antigua, existiendo dos piedras de gran tamaño, una encima de la otra, donde se colocaba al santo el día de la romería. La actual, de mayor tamaño, fue construida en 1959 como consecuencia del derribo, por mal estado, de la primitiva. Las fiestas en honor del Santísimo Cristo de Gracia que se celebran en septiembre son el acontecimiento religioso y social más importante del año, según le comentan al peregrino, que tuvo la oportunidad de ver la imagen del Cristo en su visita a la iglesia parroquial, imagen que le pareció de buena factura y bella anatomía. Las fiestas comienzan en la madrugada del día 14, festividad de la Exaltación de la Santa Cruz, cuando se tocan las “alboreadas”, repique continuo de las campanas de la torre de la iglesia por parte de los jóvenes del pueblo, celebrándose misa solemne y procesión por las calles de la localidad, donde el bullicio se mezcla con el incesante repicar de campanas, el estruendo de los cohetes y los acordes de la banda de música que acompaña al cortejo procesional. Son cuatro días de fiesta llenas de fervor y entusiasmo popular, con gran variedad de actividades lúdicas para gentes de todas las edades. Interesado el peregrino por los orígenes de esta fiesta y devoción por el Cristo de Gracia, le apuntan que estas fiestas probablemente comenzarían a celebrarse a finales del siglo XVIII cuando se ofrecía indulgencia plenaria a quienes visitaban y rezaban ante el altar del Santísimo Cristo que fue denominado por los barraqueños como nuestro “Cristo Bendito” por la cantidad de limosnas que recibía. Estas son algunas de las fiestas y tradiciones que se siguen en El Barraco según le comenta al peregrino José Luis Somoza, su amable anfitrión, que continúa diciéndole que hay muchas más, algunas se han perdido y otras se mantienen, destacándole el rico acervo musical formado por una gran variedad de ritmos y estructuras musicales que se han mantenido durante siglos transmitidos de generación en generación y de boca a boca, que han dado lugar a variadas composiciones musicales en función de a quien estuvieran dedicadas, canciones de siega y labranza, de bodas, infantiles, cantos de Semana Santa, rogativas al Cristo de Gracia, villancicos navideños, coplas de los quintos, como ejemplos del rico folklore de este pueblo que se encuentra en la ruta del Camino del Sureste que conduce a Santiago de Compostela. El peregrino abandona el Barraco agradecido por la hospitalidad recibida y con la sensación de que su mochila pesa un poco más, que va un poco más llena de costumbres y tradiciones.

El Barraco

El peregrino, después de haber atravesado el embalse del Burguillo, llega a El Barraco que le recuerda a esos pueblos nacidos a la vera del Camino, con una gran calle o avenida alrededor de la cual se van conformando los distintos servicios y se van aposentando las diversas instituciones. El nombre del pueblo no le extraña al peregrino, ya que desde que se adentró en tierra de vetones por los Toros de Guisando ha echado de menos topónimos relacionados con los famosos verracos celtas, topónimo que en esta ocasión puede corroborar por el verraco que figura en el escudo de la localidad rodeado por las ocho aspas del escudo de don Juan del Águila, capitán que fue de Felipe II. El peregrino hace su parada en la Plaza de la Constitución, una plaza que le parece más bien un ensanche de esa calle principal, pero que sus soportales, con variopintos pilares y capiteles, orientados al sur junto a la pequeña galería porticada, de cuatro arcos de medio punto que da acceso al Ayuntamiento, le dan una fisonomía de plaza que sin duda ha sido testigo, como tantas otras, de mercadillos, tratos y alboroques. El Ayuntamiento es un edificio del siglo XVI de dos plantas de sillería labrada, aunque el peregrino puede leer en la fachada una inscripción del reinado de Carlos III en que la fecha de 1753 sería, si duda, la de una reconstrucción. Al peregrino le cuentan que la caseta de estilo neoclásico donde está ubicado el reloj no es la original, que se construyó durante una restauración en 1943 como consecuencia de un incendio sufrido por el edificio en 1937. Desde el interior de la galería porticada el peregrino ve sobre el dintel de la puerta el escudo de Felipe V rodeándole una inscripción en letra gótica que refiere como se mandó hacer esta obra en 1563. En los soportales al peregrino le llama la atención un reclamo publicitario que le retrotrae a tiempos de su juventud cuando en la carretera había colocadas unas tinajas con el lema “Viaje feliz con rosquillas Velí”, lema que ahora ve a la puerta de un establecimiento “La Barraqueña” al que el peregrino entra para saborear unos exquisitos fritos con crema que le reconfortan tras su pedaleada desde el Tiemblo. Al peregrino le dicen que si puede no deje de visitar el Museo de la Naturaleza del Valle del Alberche en donde podrá ver una muestra representativa del patrimonio natural de esta comarca y una colección zoológica centrada en la biodiversidad de esta zona que se enmarca en la Red de Espacios Naturales de Castilla y León. El peregrino no tiene tiempo, pero promete visitarlo en cuanto se le presente la ocasión. El peregrino, que antes de llegar a la plaza había pasado junto a la iglesia parroquial, se dispone a visitarla callejeando por las irregulares calles del pueblo que conforman pequeñas plazas, y es en una de estas pequeñas plazas en donde el peregrino se encuentra con un monolito con un busto de Santa Teresa con la inscripción “Cuenta la tradición oral que la Santa en sus viajes a Toledo y Malagón hizo noche en la casa 30-32 de esta calle que lleva su nombre”, homenaje que el pueblo de El Barraco hizo a la santa andariega en el año 2008. La iglesia parroquial de El Barraco está dedicada a la Asunción de Nuestra Señora y es un edificio de finales del siglo XV y principios del XVI en el que el peregrino puede observar esas típicas bolas del gótico tardío en la portada de los pies y en las impostas que conforman los tres cuerpos de la alta torre y en las ventanas del campanario. De nuevo estas bolas isabelinas se cruzan en el camino del peregrino, aunque en esta ocasión solo decoren la torre y la citada portada. En su recorrido exterior el peregrino ve una plana cabecera de sillería sin ninguna decoración, al igual que en el resto del edificio que se le muestra sobrio, pero imponente. El interior le muestra al peregrino un templo de tres naves separadas por arcos de medio punto cubiertas con sencillas armaduras moriscas sin ningún tipo de arabesco, cosa que no ocurre en el artesonado de la capilla de la pila bautismal donde, a pesar de la poca iluminación, el peregrino puede observar las piñas pinjantes que decoran la ochavada cubierta de madera. Situado frente a la capilla mayor, cubierta con bóveda de tercelete, el peregrino contempla el magnífico retablo que ocupa todo el testero y recuerda que según Manuel Gómez Moreno es de mediados del siglo XVI y elaborado por algún discípulo Berruguete, aunque fueron varios los escultores que trabajaron en este retablo considerado como la mejor obra de escultura policromada de la escuela abulense. Pero el retablo que el peregrino ve no es el que vio y catalogó Gómez Moreno a principios del siglo XX ya que muchas de las imágenes originales fueron destruidas durante la guerra civil, colocándose figuras de diversas épocas y estilos, como la considerada mejor y principal que ocupaba el encasamento central del segundo cuerpo y representaba a la Virgen sentada entre dos angelitos y con el Niño en su regazo, siendo sustituida por la imagen de la Asunción que estaba en el cuerpo superior. Una foto de 1929 colocada en el presbiterio le muestra al peregrino el retablo tal como era antes de caer bajo la barbarie de la guerra, foto que le muestra como se accedía al altar por medio de una escalera de piedra, escalera que posteriormente fue sustituida por otra y finalmente eliminada en una reforma durante los años setenta del pasado siglo. Durante su visita a la iglesia el peregrino asiste a los preparativos de un concierto de polifonía religiosa que iba a ser dado por la Coral de Alcobendas, indicándole que más tarde, en los soportales del Ayuntamiento, se interpretarán canciones populares, invitándole a quedarse a los dos conciertos, invitación que el peregrino agradece y acepta encantado. Tatareando y palmeando las canciones populares junto a los miembros de la coral, el peregrino tiene la suerte de conocer a José Antonio Somoza, antiguo maestro y actual concejal de El Barraco, autor de dos libros “Para la historia de El Barraco” y “El Barraco: usos y costumbres”, que amablemente se ofrece, tomando unas cañas, a relatarle algunas de las costumbres que actualmente se siguen celebrando y que el peregrino está dispuesto a escuchar con la máxima atención para enriquecer sus conocimientos sobre las tradiciones populares a lo largo del Camino de Santiago.

Ermita de San Antonio.

El peregrino, antes de abandonar El Tiemblo y continuar su camino hacia El Barraco, decide realizar una parada en la Plaza de San Antonio para visitar la ermita de este santo, patrón de esta localidad, al que los vecinos y devotos han erigido un mural en conmemoración del octavo centenario de su nacimiento en Lisboa en 1195. La ermita de San Antonio es una construcción de finales del XVIII y principios del XIX, como delata una inscripción en la fachada en donde figura Año 1824, en la que el peregrino destacaría el atrio rodeado por una balaustrada de granito que acoge su fachada rematada por cuatro pináculos y dos más en la espadaña que le dan una gran perpendicularidad y esbeltez, destacándose al fondo la cúpula rodeada de ocho pináculos octogonales con vidrieras en la linterna, cúpula que recuerda al peregrino otras de ermitas también dedicadas a San Antonio. El peregrino entra en el llamado Jardín de San Antonio en donde un grupo de señoras se encargan de mantenerlo y cuidarlo, señoras que son miembros de la Asociación Socio Cultural Grupo San Antonio que amablemente se ofrecen al peregrino para enseñarle y contarle todas las vicisitudes referentes al santo y a la ermita que la tradición oral les ha ido trasmitiendo y que con gran entusiasmo relatan a todo forastero que, como el peregrino, se acercan a la ermita. El peregrino se pregunta qué relación tiene San Antonio con el Tiemblo y su curiosidad se ve rápidamente satisfecha cuando le cuentan que, según la tradición, los vecinos de la localidad, ante las continuas inundaciones que sufría el pueblo como consecuencia de las grandes tormentas que se originaban en esa zona, decidieron encomendarse a un santo protector para que les protegiera de las calamidades producidas por las riadas. Con el fin de nombrar a ese santo se introdujeron en un cántaro unas papeletas con el nombre de un santo para elegir la que sacara una mano inocente, mano que, tras tres intentos, siempre sacó la que llevaba el nombre de San Antonio, santo que nadie había escrito en ninguna de ellas, pero que todos comprendieron que era deseo del santo ser patrono de la villa y convertirse en su protector. Como el peregrino es amante de las tradiciones, esta que con tanto fervor le relatan le parece extraordinaria y se compromete a divulgarla como una de las experiencias adquiridas en su peregrinar hacia Compostela. Al peregrino le introducen en el interior de la ermita y le enseñan la imagen de San Antonio que preside la capilla mayor, es una imagen moderna que sigue la iconografía más conocida del Santo como un joven religioso con el Niño Jesús, que se le apareció en uno de sus éxtasis, entre los brazos y un lirio en la mano, aunque el peregrino recuerda otras imágenes de San Antonio en las que el lirio es sustituido por un libro. Rápidamente le aclaran que esa imagen de San Antonio vino a sustituir a la original, una talla de madera que fue quemada durante la guerra civil, así como otros enseres de la iglesia, sin olvidar los desperfectos que sufrió la ermita durante los bombardeos. Antes de entrar en la pequeña capilla situada en la cabecera y que fue la primitiva ermita dedicada al Santo, el peregrino se entretiene echando un vistazo a los cuadros que, a modo de las estaciones de los Vía Crucis, ocupan las paredes de la ermita, cuadros que han sido restaurados y que representan, junto con su leyenda, los Milagros de San Antonio, pero con la particularidad de que la leyenda está escrita en castellano antiguo, lo que les da, en opinión del peregrino, un valor añadido a estas representaciones pictóricas de la vida del Santo. En lo que fue la antigua ermita el peregrino tiene la oportunidad de ver una fotografía de la destruida imagen de San Antonio que ocupa el lugar en donde estaría ubicada originariamente, así como un par de faldones de los que se le ponían al Santo en las grandes solemnidades, faldones que han sido felizmente recuperados y restaurados. Al peregrino le cuentan que una de las tradiciones era que los peregrinos que pasaban por el Tiemblo echaban su óbolo como ofrenda al Santo por una rejilla situada en esta pequeña capilla, costumbre lógicamente perdida, pero que al peregrino le parece sumamente interesante como uno más de los ritos que seguían los peregrinos en aquellos lugares en donde una reliquias o unos sucesos milagrosos les obligaban a detenerse. Continuando su visita por la ermita al peregrino le comentan la gran devoción que hay en el pueblo hacia San Antonio y que su mejor ejemplo son los actos que se celebran entre el 12 y el 15 de junio, destacándole la procesión que se celebra el día 13, festividad de San Antonio, y la novena que comienza la semana anterior. A la procesión vienen gentes de Toledo y Madrid, posiblemente siguiendo alguna antigua tradición, le dicen al peregrino, invitándole, si alguna vez puede asistir, a la novena, en donde los hombres desde la tribuna entonan cánticos en honor de San Antonio, cánticos que se fomentaron a principios del siglo XIX, posiblemente coincidiendo con el final de la construcción de la ermita, y que se siguen cantando devotamente en la actualidad. Pero no solo son actos religiosos los que se celebran durante las fiestas, le aclaran al peregrino, ya que los festejos taurinos están firmemente arraigados, sin olvidar los fuegos artificiales, antiguamente conocidos como “función de pólvora”, expresión que, junto “La Función”, como popularmente eran conocidas estas fiestas dedicadas a San Antonio a finales del siglo XIX, le gustaría al peregrino se recuperaran y formaran parte de ese vocabulario popular que nunca debió perderse. El peregrino abandona el Tiemblo rumbo a El Barraco llevándose un grato recuerdo de esas personas que con tanto entusiasmo le han enseñado la ermita de San Antonio. .

El Tiemblo

El peregrino, que ha entrado en tierras abulenses por Los Toros de Guisando y que ha caminado hasta Cebreros, sabe que desde ese punto este Camino del Sureste le ofrece una variante que por carretera le llevará hasta la ciudad de Ávila pasando por El Tiemblo y El Barraco y, tras subir el Puerto de la Paramera, el Santuario de Nuestra Señora de Sonsoles, desde donde se divisa ya la capital abulense. El peregrino sabe que esta alternativa es utilizada principalmente por los peregrinos que realizan el Camino en bicicleta o por aquellos que, por un motivo u otro, decidan pasar por esos parajes y visitar esas localidades, aunque le consta que la mayoría de los caminantes huye de la carretera en busca de trochas y veredas, que para el peregrino son la esencia del Camino. Al llegar el peregrino ciclista a los Toros de Guisando, en donde a pocos metros estuvo ubicada la llamada Venta Juradera, una cerámica le indica por medio de la flecha amarilla la dirección hacia el Tiemblo, camino que, tras una breve parada en el recinto que alberga las cuatro figuras vetonas, toma para continuar su pedaleada peregrinación. Desde su entrada en la provincia de Ávila el peregrino ha pedaleado por tierras de vetones como atestiguan los cuatro toros o verracos que acaba de dejar, tierras en las queque también romanos y árabes dejaron su huella como atestiguan los restos de calzadas romanas así como restos de acequias y una amplia toponimia como Alberche, que es el valle por el que el peregrino está transitando. Como al peregrino no le gusta pasar por alto los pueblos por donde la carretera o el camino le llevan, realizar una parada en El Tiemblo es obligatoria, primero para tomar un merecido y reconfortante refrigerio y posteriormente visitar lo más ampliamente posible la localidad. Una vez en las calles de El Tiemblo, el peregrino hace una parada en la calle de la Iglesia, parada que le invita a realizar un rótulo que le señala una cervecería denominada “El Rincón del Francés”, nombre sugestivo para un peregrino del Camino de Santiago. Como desde esta calle se puede ver la torre de la iglesia parroquial y la Plaza en donde está ubicado el Ayuntamiento, el peregrino decide acercarse hasta la Iglesia para visitarla y posteriormente tomarse ese tentempié que le ayudará a llevar mejor el resto de la jornada. La iglesia que está dedicada a Nuestra Señora de la Asunción, que según el cartel exterior es del siglo XVI, le parece al peregrino una iglesia grande con una gran torre decorada en sus ventanas e impostas con las típicas bolas isabelinas que serán una constante en la arquitectura, sobre todo eclesiástica, del Camino del Sureste en la provincia de Ávila, decoración que no puede ver en el resto del edificio, lo que le indica periodos constructivos diferentes. Exteriormente el peregrino observa una cabecera más alta que el cuerpo de la iglesia con los arranques de unas inexistentes naves que, según le cuentan, no pudieron resistir los bombardeos durante la guerra civil, construyéndose posteriormente el resto de la iglesia. En el interior el peregrino confirma su percepción exterior, una gran cabecera con bóveda estrellada acoge el retablo de la Asunción, retablo que al peregrino le parece un poco desproporcionado con la altura del ábside central, así como una cubierta de madera que sustituiría a las bóvedas de crucería que cubrirían las tres naves de este templo. Una vez visitada la iglesia el peregrino entra en ese Rincón del Francés que le parece un establecimiento muy acogedor con una amplia oferta gastronómica en donde es amablemente atendido por Jose y Natalia, “Rubia”, como dicen que le llaman, que le informa que por allí pasan bastantes peregrinos que se dirigen hacia Santiago y que han decido hacer una parada en esta localidad. Reconfortado por las suculentas tapas, el peregrino se dirige hacia la Plaza de España en donde en la única parte porticada está ubicado el Ayuntamiento, un edificio neoclásico del siglo XVIII en donde, bajo el escudo de la ciudad, un letrero indica que “Reinando Carlos III se hizo esta obra a costa de los propios de esta villa. Año 1778”. Los árboles y la fuente de tres cuerpos sobre leones y rematados por un angelito hace que la plaza le parezca al peregrino muy acogedora y disfrute de unos placenteros momentos al toque de las horas que da la campana situada sobre el reloj del Ayuntamiento. Interesado por la acogida que puedan tener los peregrinos, en el Ayuntamiento le informan que la Junta de Castilla y León ha destinado 50.000 euros para la rehabilitación de la casa del juez, una céntrica vivienda de propiedad municipal usada por la asociación de cazadores, para que sirva como albergue de peregrinos, obras de acondicionamiento que ya han comenzado y que contará con tres habitaciones a las que se les incorporarán literas para que acojan a una decena de peregrinos. El peregrino se congratula de que los ayuntamientos se vayan involucrando en la creación de infraestructuras que acojan a los peregrinos del Camino de Santiago, verdadero cauce de desarrollo rural y turístico de las zonas por donde trascurre. Antes de continuar su camino, el peregrino realiza una visita a los “Hornos de las Tinajas”, una construcción de adobe y piedra situada en el casco antiguo que acoge a esos hornos que surgieron en el siglo XIX como consecuencia de la gran demanda de tinajas que se exportaban principalmente a localidades manchegas como Toledo y Ciudad Real. Pedaleando por la calle Benedictinas el peregrino se topa con la ermita de San Antonio, patrón de El Tiemblo, lugar que elige para realizar una parada más pausada. Nota: Aunque en el 2010 hubo una iniciativa municipal de habilitar un albergue de peregrinos, actualmente no se ha llevado a cabo.

martes, 10 de febrero de 2015

Museo Adolfo Suárez y de la Transición

El peregrino tiene que esperar a que las puertas del museo se abran para poder realizar su vista y entretanto se pasea placidamente por el acogedor recinto entreteniéndose en leer en el suelo del patio varios artículos de la Carta Magna, recinto que entre pinos y olivos muestran los bustos de los siete padres de la Constitución realizados por el escultor Santiago de Santiago, nombre que para un peregrino del Camino de Santiago no deja de resultarle evocador. Ensimismado en su lectura, el peregrino recibe el saludo de Cristina, la gerente del museo, que, viendo el interés de un peregrino que ha hecho un alto en su camino para visitar el museo, se ofrece amablemente para acompañarle durante su visita, ya que no esperan visitantes hasta más avanzada la mañana. El peregrino se siente un privilegiado y acepta encantado el ofrecimiento de esta amable anfitriona que, sin duda, será el mejor cicerone que pudiera encontrar. Aparte de un busto de Adolfo Suárez, un Seat 600 recibe al peregrino una vez que entra en el recinto museístico, un vehículo que simboliza el desarrollismo de una época que para el peregrino fue el germen de uno de los períodos más trascendentales en la reciente Historia de España como fue la Transición. El peregrino, de la mano de Cristina, accede al piso superior en donde tiene la oportunidad de ver una panorámica de la antigua iglesia con sus arcadas que delimitan perfectamente las tres naves de que constaba la iglesia. Al peregrino le gusta y le parece bien que la rehabilitación del edificio haya conservado la vieja estructura y los visitantes que acudan al museo tengan, como tiene el peregrino, una diáfana visión de lo que fue la antigua iglesia de Santiago en Cebreros. A través de cinco bloques temáticos que desarrollan cronológicamente la exposición, el peregrino irá viendo por medio de audiovisuales y paneles informativos acontecimientos que le trasladarán, paso a paso, por la historia del siglo XX hasta la muerte de Franco, la proclamación del Rey y las primeras elecciones, la proclamación de la Constitución, las primeras elecciones constitucionales y la consolidación del proceso democrático, siempre con la figura de Adolfo Suárez como eje vertebrador de este proceso histórico. Una vez iniciada la visita, el peregrino tiene la sensación de que se ha introducido en un túnel del tiempo en donde las imágenes y los recuerdos le transportan a una época que el peregrino, por edad y compromiso, vivió intensa y apasionadamente. Los recuerdos del peregrino se agolpan cuando se introduce en unas cabinas en donde tiene la oportunidad de escuchar canciones emblemáticas de la Transición como “Libertad sin ira” de Jarcha, “Habla pueblo, habla” de Vino Tinto o la inolvidable voz de Cecilia con sus reivindicativas canciones, así como la muestra de originales y facsímiles de periódicos y revistas que el peregrino recuerda como un rito tanto por su compra como por su lectura, revistas que aún conserva algunas y de las que no tiene intención de desprenderse. Al peregrino no le pasan desapercibidas fotos de acontecimientos claves que el tiempo no han borrado de su memoria, acontecimientos como manifestaciones, mítines o celebraciones que inevitablemente le retrotraen a unos tiempos que el peregrino no quiere decir que fueran mejores, simplemente opina que fueron los que le tocaron vivir y de los que, de cierta forma, se siente protagonista. Pero el museo también le muestra al peregrino algunas curiosidades como reproducciones de escaños junto con algún original de la época, le muestra urnas y cabinas de votaciones empleadas en distintas elecciones, o le da la oportunidad de ver una reproducción del Toisón de Oro que el Rey le entregó en julio del 2008 a Adolfo Suárez en la intimidad de su domicilio y cuya foto paseando los dos por los jardines fue de las más entrañables que el peregrino recuerda. Antes de pasar al último bloque dedicado a Suárez, el hombre, el peregrino se detiene ante un ejemplar manuscrito de la Constitución de 1978 con la firma de todos los Diputados Constitucionales, ejemplar que está junto con la de 1812, “La Pepa”, un principio y un final de un proceso que, con sus luces y sombras, el peregrino se congratula de que llegara a buen puerto. El museo está dirigido a todo tipo de público, le dice Cristina al peregrino, pero ha-ciéndolo con especial empeño entre los más jóvenes para que conozcan este período de la Historia de España, y en los mayores para que lo recuerden y no lo olviden. Al peregrino le hubiera gustado tener más tiempo para disfrutar de lo mucho que el museo le puede enseñar, pero ha de continuar su camino, no sin antes dar las gracias y prometer a la amable y excepcional anfitriona que volverá y, seguramente, no lo hará solo.

La iglesia vieja de Cebreros

El peregrino, que rápidamente ha encontrado las flechas amarillas que le conducirán hacia la subida del Puerto de Arrebatacas en dirección a San Bartolomé de Pinares, se encuentra con la Iglesia Antigua de Cebreros que actualmente ya no san las ruinas que figuran en casi todas las guías ya que se ha rehabilitado y desde finales del pasado año acoge el Museo de la Transición y rendir de esta manera un homenaje a la figura de Adolfo Suárez. Como el peregrino tiene algo de romántico siempre se ha visto atraído por esas ruinas góticas que con sus cuentos y leyendas le envolvían en ese halo de misterio propio del siglo XIX. En esta ocasión el peregrino ya no ve unas ruinas testigos de un esplendoroso pasado, ve una portada gótica que da acceso a un edificio moderno dentro de un acogedor recinto que entre pinos y olivos le muestran los bustos de los Padres de nuestra Constitución. Los restos enclavados en lo más alto del pueblo de esta antigua iglesia parroquial que el peregrino tiene la oportunidad de ver son esa portada gótica formada por dos pilastras que acogen unos arcos de medio punto decorados con las típicas bolas del estilo gótico isabelino que en algunos textos figuran como “perlado abulense” y tres ábsides con arcos peraltados de medio punto que corresponderían a las tres naves de que constaba la iglesia y que le permiten hacerse una idea de cómo debía ser su interior. En esta portada gótica es en donde el peregrino ve por primera vez esas distintivas bolas pétreas que, según le consta en sus documentos y guías, van ha ser una constante en la decoración de las iglesias abulenses de la segunda mitad del siglo XIV y prácticamente todo el XV. El peregrino se fija en el escudo que está situado sobre una de las arquivoltas de la portada y que según se ha informado perteneció al Obispo de Ávila D. Francisco Sánchez de la Fuente, obispo entre 1492 y 1496, lo que puede ser indicativo de la fecha de construcción de la iglesia, aunque en este sentido el peregrino siempre se ha mostrado escéptico ya que los escudos se solían poner y quitar dependiendo del obispo que en ese momento ocupara la mitra. Iglesia parroquial hasta que en el siglo XVII se construyó la nueva, este templo quedó como iglesia de Capellanía para el cumplimiento de misas y otras obras pías según el mandato de las Fundaciones que, para el peregrino, en esta época debían ser numerosas e importantes. Para el peregrino no deja de ser significativo que esta denominada iglesia vieja de Cebreros también estuviera bajo la advocación de Santiago y quiere pensar que alguna pintura o escultura representando a Santiago Peregrino, así como diversos motivos jacobeos, estuvieran en algún lugar de la iglesia. Cuando el peregrino ve ruinas de iglesias o conventos siempre se pregunta por las vicisitudes que tuvieron que pasar esos inmuebles hasta llegar a su actual estado ruinoso, y esta iglesia vieja de Cebreros, que estuvo abierta al culto hasta 1850 y utilizada como cementerio hasta finales de ese siglo, fue adquirida en 1920 por los ayuntamientos limítrofes para la construcción de la prisión del Partido Judicial, quedando al final convertida en cuadra o cobertizo, triste final tan común a tantos magníficos edificios religiosos que el peregrino, para su pesar, ha tenido la oportunidad de conocer. El peregrino, viendo la fachada del actual museo, piensa que cuantos de estos edificios no han desaparecido definitivamente gracias a iniciativas públicas y privadas, aunque muchas veces lo haya sido por oscuros intereses de los que el peregrino no quiere entrar en estos momentos de paz que le transmite el Camino. El peregrino se entera del uso final de las anteriores ruinas antes de convertirse en museo como parque infantil y habitáculo para acontecimientos al aire libre. Pero el peregrino también ve una gran torre de planta cuadrada de tres cuerpos, siendo añadido el superior para que sirviera de campanario de la iglesia. Para el peregrino se trata de una torre exenta, por lo que deduce que posiblemente fuera de construcción más antigua que la iglesia y que, según la opinión más generalizada, se construyera aprovechado la existencia de esa atalaya que, por su situación en la parte alta, sirviera de torre vigía para avisar de las continuas incursiones árabes por tierras castellanas. En este sentido el peregrino tiene sus dudas de que fuera en ese lugar en donde estuviera ubicada la atalaya que estaría en correspondencia con las situadas en el Cerro de Guisando y en Hoyo de Pinares, ya que según Pascual Madoz estaría situada en un cerro que domina la villa por el norte y que Dionisio Ruidrejo en su “Guía de Castilla la Vieja” lo identifica como el alto del Castrejón en donde aún se podían ver restos de su construcción, ya que posiblemente la torre fuera destruida para aprovechar su piedras para levantar cercados con los terrenos lindantes con la Cañada Real que, según las ordenanzas de La Mesta, debían tener una altura determinada para resguardar a los ganados. Como el peregrino ha madrugado puede dedicar un tiempo para visitar ese Museo de Adolfo Suarez y la Transición, continuando luego su camino hasta San Bartolomé de Pinares.

Iglesia parroquial de Cebreros

Después de recorrer las calles de Cebreros el peregrino se dispone a visitar la iglesia de Santiago y contemplándola desde la plaza le viene a la memoria la opinión de Gómez Moreno que en su “Catálogo Monumental de la Provincia de Ávila” apuntaba “que tenía fama de ser la mejor de la diócesis y que no tenía rival en la provincia”. Cebreros ya tenía una iglesia parroquial, curiosamente también bajo la advocación de Santiago, pero, como suele pasar, las necesidades del culto y la mala ubicación, hicieron que en 1550 el Deán y el Cabildo de la Catedral de Ávila pensaran en la conveniencia de construir una nueva iglesia en el centro de la localidad. El peregrino, recordando el Puente de Valsordo, deduce que el Cabildo abulense debía tener extensas posesiones por esta zona y por esta razón tomara la iniciativa de la construcción de un nuevo templo contratando como arquitecto a Alonso de Covarrubias y a los maestros y oficiales canteros más expertos en la labra de la piedra. Como suele hacer el peregrino cuando visita algún monumento lo primero que hace es observarlo detenidamente desde el exterior y en esta ocasión ve un espacio sin adornos y liso, aunque aprecia su buena construcción de fábrica de sillería de labra y, según la opinión generalizada, de sobrio estilo herreriano, aunque en este punto el peregrino vuelve a Gómez Moreno que opinaba que no había ningún rastro que la pudiera identificar con la arquitectura del constructor del Escorial. En su vuelta al edificio el caserío que rodea a la iglesia no permite al peregrino contemplar con toda la perspectiva que hubiera deseado su cabecera, contentándose con levantar la mirada hacia los robustos contrafuertes que sobre un zócalo en talud configuran su ábside pentagonal. Las portadas, decoradas con elementos clásicos, no le llaman mucho la atención ya que considera que son portadas, desde su punto de vista, un poco pobres, aunque reconoce que están a tono con la sobriedad exterior del templo. El peregrino se detiene ante lo que ha sido su guía durante buena parte del camino, la monumental torre de planta cuadrada de tres cuerpos, campanario y rematada por una veleta, torre que, por su solidez y altura, le recuerdan las atalayas que en tiempos de la Reconquista servían de torres vigías y que, indudablemente, debían proliferar por estas tierras de paso hacia el norte. Para el peregrino toda iglesia que se precie debe de tener un reloj en su torre y mucho mejor si funciona, como es el caso de este reloj situado frente a la plaza y sobre la imposta del tercer cuerpo de la torre y al que al peregrino le informan que es el segundo que tuvo la iglesia y que es de gran precisión. Al peregrino le parece bien que la iglesia esté bajo la advocación de Santiago y le gusta que una imagen de Santiago Peregrino, al que le falta el bordón, sobre un pedestal con una venera figure en la puerta central del templo, imagen que, por lo que puede leer en la inscripción del pedestal bien pudiera ser una donación en el año 1659, aunque algunos autores opinan que pudo ser la fecha de finalización de la iglesia. Al peregrino le parece interesante y significativo que por estas tierras y por estas fechas se identificase a Santiago como peregrino, lo que podría indicar que el paso de peregrinos por esta localidad camino Compostela sería lo suficientemente importante como que para una imagen de Santiago peregrino presidiera una de las portadas del primer templo de la villa. Cuando el peregrino accede al interior por la puerta que preside ese Santiago Peregrino, bajo un gran arco escarzano que sustenta la tribuna en donde está situado el coro, se encuentra con una planta de las denominadas se salón, con tres grandes naves separadas por arcos fajones de medio punto sostenidos por formidables columnas toscanas. La primera vista impresiona al peregrino por la magnitud de la iglesia que le ofrece, de golpe, la visión de todo el templo, aunque sus gustos vayan más por esas iglesias que tiene que ir descubriendo poco a poco, en las que en cada recodo se encuentra con una capilla o con un sepulcro. No obstante, el peregrino tiene la oportunidad de asomarse a una capilla situada a su izquierda en la que, aunque se encuentra cerrada, puede observar la pila bautismal que según le dicen tiene labrados motivos jacobeos como una venera, un bordón y la Cruz de Santiago, así como una imagen de Santiago Matamoros del siglo XVI que se saca en procesión el 25 de julio. La capilla que se encuentra bajo la torre está cerrada a cal y canto, pero el peregrino deduce que debe de ser la subida al coro que, por otra parte, le hubiera gustado subir. Situado frente al retablo de tipología barroca del siglo XVII que cubre totalmente la cabecera, el peregrino se fija en la talla de madera policromada de Santiago Matamoros en el segundo cuerpo de la calle central del retablo, una imagen un poco infantil para el gusto del peregrino que hubiera preferido que otra tipología de Santiago presidiera el retablo del altar mayor, aunque queda satisfecho cuando tiene la oportunidad de ver un relieve de Santiago Peregrino con los característicos atributos jacobeos sobre la puerta de entrada a la Sacristía. El Peregrino abandona esta magnífica iglesia en busca de un merecido descanso tras esta primera e intensa etapa en la provincia de Ávila en su camino hacia Santiago de Compostela.

Una vuelta por Cebreros

Han sido vario kilómetros los que el peregrino ha llevado vislumbrando la enorme mole de la iglesia parroquial de Cebreros que a cada paso se le ha ido acercando con toda su majestuosidad, convirtiéndose su monumental torre como una especie de guía o faro para el peregrino. Tras dejar atrás la Picota y subiendo una pequeña cuesta el peregrino se adentra en las calles de Cebreros en donde tiene previsto pernoctar y dedicar toda la tarde para realizar una visita lo más amplia posible. Según la guía que maneja el peregrino en Cebreros no hay albergue de peregrinos, pero sí que hay una acogida a la que el peregrino puede recurrir llamando a unos números de teléfono que figuran en su guía. El buen tiempo le invita a sentarse en una de las terrazas de la Plaza de España para tomar un pequeño, pero reconfortante, refrigerio y de paso contemplar la monumental iglesia parroquial que preside majestuosamente la plaza. La iglesia está abierta, lo que hace dudar al peregrino si aprovechar el momento para visitarla o dejarlo para más tarde, con el consiguiente peligro de que la encuentre cerrada. Como al peregrino le indican que estará abierta por la tarde, decide darse antes una vuelta por el pueblo y, puesto que es más de tapas que de mesa y mantel, picotear por los bares de la zona para degustar algunos de sus platos típicos y, por supuesto, los famosos caldos que se dan en esta zona del Bajo Alberche, a la vez de charlar algo con los lugareños, cosa que al peregrino le gusta hacer cuando realiza alguna parada en su caminar hacia Santiago de Compostela. Así, entre una cazuela de callos con morro y pata, un plato de patatas machaconas y unos vasos de vino, al peregrino le explican que esos vinos que se está tomando proceden de viñedos que, gracias al microclima y a las condiciones edáficas del terreno, proporcionan esos caldos de alta graduación, mucho cuerpo, afrutados y de baja acidez, información que el peregrino agradece y que le sirven para mejorar sus escasos conocimientos vitivinícolas. El peregrino pasea por la calles de Cebreros, calles como la de Alfonso VI, los Ramos o Serrallo, con sus casas en donde el ladrillo adorna sus puertas y ventanas, edificios típicos castellanos, algunos rehabilitados y otros en estado ruinoso, como el que el peregrino tiene la oportunidad de ver en la calle de La Cruz, pero que le dejan entrever la importancia de Cebreros en el siglo XVI cuando era paso en el Camino Imperial de Toledo a Valladolid. En su paseo, al peregrino le llama la atención el dintel de una casa situada en la calle Castillejos en donde puede apreciar una media luna con lo que para el peregrino son dos vieras o conchas, no pudiendo leer la leyenda que seguramente le habría descifrado el origen de esta casona y, posiblemente, si tuvo alguna relación con el Camino de Santiago. En la calle Toledo, antigua calle de los Mesones, al peregrino le enseñan una casa de nueva construcción que tiene un escudo en la fachada y que le dicen que allí había dos mesones que fueron derruidos hace unos cuatro años y que en uno de ellos, que posteriormente fue llamado casa del Vínculo, fue el lugar en donde la reina Isabel de Castilla tuvo que parar el 31 de mayo a consecuencia de un aborto provocado por el viaje realizado en busca de su esposo durante la guerra civil entre sus partidarios y los de Juana la Beltraneja en 1475, hecho que estuvo reflejado en una inscripción que decía “la reina malparió” según el vago recuerdo de los amables lugareños que acompañaron al peregrino. En la plaza el peregrino se entretiene un poco con un grupo de jubilados cebrereños que le admiten en su corrillo y le cuentan que allí se celebran los mejores Carnavales en muchos kilómetros a la redonda. Como al peregrino también le interesa el folklore escucha atentamente a estos contertulios que con entusiasmo le detallan como se celebran esos carnavales que tanto arraigo tienen en Cebreros y que se celebraban incluso en la época en que estaban prohibidos, carnavales en los que no faltan carrozas y charangas que junto con disfraces y máscaras cada vez más sofisticados dan un colorido ciertamente espectacular a estas fiestas cada vez más populares. El peregrino, antes de entrar en la iglesia, se detiene ante un banderín conmemorativo colocado por los miembros de la Ruta Quetzal que realizaron el recorrido que siguió el Cortejo Fúnebre de Isabel de Castilla desde Media del Campo hasta Granada, ruta que desde Toledo está siguiendo a la inversa el peregrino en su caminar hacia Santiago de Compostela. Nota: Cuando se publicó este artículo efectivamente no había albergue de peregrinos en Cebreros. Actualmente existe el albergue "La Pizarra" que, por un módico precio,ofrece habitaciones con calefacción y vistas a la montaña. El albergue cuenta con una sala de estar compartida con TV, sofás y mesas.

Cadalso de los Vidrios-Cebreros. La Picota

Con el recuerdo fresco de su estancia en la ermita de Valsordo, el peregrino, al entrar en Cebreros por su parte más baja, se encuentra, en una pequeña cima de granito y al lado del camino llamado de los Enrollaos, una Picota que se yergue majestuosa ante el valle del río Alberche. El Peregrino, que siempre tuvo cierta debilidad por estos Rollos o Picotas, hace un alto en su camino para contemplar detenidamente este ejemplar que le parece bastante interesante, aunque no tenga la magnificencia de otras que ha tenido la oportunidad de ver en su vasto caminar por los Caminos de Santiago, viniéndole a la memoria una de las más significativas como es la picota gótica de la localidad palentina de Boadilla del Camino en pleno Camino Francés. Al peregrino le gusta la sencillez de la columna o fuste liso y rectangular de unos cuatro metros de altura que se tuvo que hacer de dos cuerpos para hacerla, sin duda, más ensalzada y le gusta también el remate de pirámide truncada. Pero lo que más le llama la atención son los cuatro salientes sobre las volutas del capitel orientados a los cuatro puntos cardinales, pregonando su jurisdicción a los cuatro vientos, y que su vista aún le permite distinguir, un busto de mujer, una cara barbada, la cabeza de un carnero y lo que parece ser la cabeza de un mono, símbolos que, según muchos autores, eran utilizados por los templarios y que el peregrino corrobora recordando los capiteles con cabezas humanas de la iglesia de Santiago en Puente la Reina o de Santa María de Eunate, de claras reminiscencias templarias. El peregrino está seguro de que no será la última vez que encontrará conexiones templarias en este Camino del Sureste por el que está caminando. Varias han sido las picotas que el peregrino ha visto como se ha colocado una cruz en la parte superior, cristianizándolas de esta manera a semejanza de los famosos cruceiros gallegos y asturianos. El peregrino siempre ha oído varias versiones relativas a las funciones de estos rollos o picotas, quedándose con la de las picotas, construidas generalmente de madera, como elemento administrador de justicia y como lugar para el cumplimiento de castigos y penas, más antiguas que los rollos, construidos la mayoría de piedra, aunque se tengan noticias de algunos de hierro o de ladrillo. Parece ser que no se sabe muy bien de qué época data esta Picota o Rollo pero, si se atiende a la función jurisdiccional de estos monolitos, probablemente sea en 1562 cuando Felipe II emite Privilegio Real destinado a Cebreros para que sus vecinos no tuvieran que ir a la ciudad de Ávila en busca de justicia, ya que serían los alcaldes los encargados de juzgar en primera instancia los delitos, sirviéndose de estas picotas para hacer públicas la ejecución de las penas corporales, picotas que serían levantadas como símbolo jurisdiccional, tanto civil como criminal. Como los rollos se levantaban cuando se concedía el título de villa, al peregrino le choca que en tiempos del Condestable de Castilla, don Álvaro de Luna, varios documentos se refieran a Cebreros como “villa de Zebreros”, lo que hace suponer al peregrino que cuando Felipe II otorgó el Privilegio Real a Cebreros con el título de Villa lo que se hizo fue cambiar o establecer la jurisdicción de la villa. El peregrino agradece que muchos de estos rollos o picotas no fueran destruidos según un Decreto de las Cortes de Cádiz de 1813 para terminar con los símbolos del vasallaje señorial, y no es que el peregrino eche de menos el régimen penal de las picotas, lo que quiere es que no desaparezcan vestigios de un pasado que no conviene olvidar.

Cadalso de los Vidrios-Cebreros. Ermita de Valsordo

El peregrino está próximo a Cebreros, sólo le faltan unos dos kilómetros según su hoja de ruta, pero antes, en la antigua Dehesa del Sordo cerca del río Alberche y en una ladera rodeada de peñascos y viñas, hace una parada para visitar la ermita de Nuestra Señora de Valsordo, patrona de Cebreros, enclavada en un paraje que al peregrino le trasmite paz y sosiego. El peregrino se informa de que ese lugar, al pie del Camino Real, había un humilladero junto a la vieja ermita de Valsordo, sin saber a ciencia cierta de cuando datan, aunque ya por el siglo XIII se encuentran algunos datos sobre las rentas que la ermita rendía al Arciprestazgo de los Pinares. El peregrino tiene la costumbre de visitar las ermitas y santuarios que se encuentran a lo largo del camino, unas veces tiene la suerte de encontrarlas abiertas o, por lo menos, dar con alguien que le pueda abrir, pero la mayoría se tiene que contentar con hacer una visita tan solo exterior. En este caso el peregrino ha tenido suerte, la ermita está abierta, pero antes de acceder al interior del santuario, realiza un recorrido exterior observando que a la ermita no se la puede definir dentro de un estilo concreto ya que las distintas ampliaciones se fueron anexionando según las modas de cada época, resultando, no obstante, un complejo arquitectónico en completa armonía con su entorno natural.


 Al peregrino le llama la atención la fuente enclavada frente al pórtico de la ermita en lo que parece ser una gran rueda de molino, fuente que, aunque no echa agua en esos momentos, le da cierto encanto al entorno de la ermita.
Adosada a la ermita hay una casa que el peregrino deduce que debe pertenecer al santero,
aunque le dicen que es conocida como la casa del ermitaño y que también sirvió como refugio de peregrinos, sabiendo la fecha de construcción de este cuerpo al descubrirse la inscripción “Se hizo esta obra en 1766” al tirar un muro en los trabajos de restauración.
Al peregrino siempre le han gustado los artesonados mudéjares de las iglesias, ermitas y monasterios que ha tenido la oportunidad de visitar, y este que cubre el tercer cuerpo de paredes encaladas y lisas de la ermita cree que merece la pena.

 Al Presbiterio accede a través de un gran arco ojival con una amplia reja de hierro forjado, deteniéndose ante el sencillo retablo que enmarca a la imagen de la Virgen que data de 1939, imagen que al peregrino le parece que tiene una cara muy bonita, preguntándose, como cada vez que contempla estás imágenes de vestir, si no ocultaría en su interior restos de antiguas imágenes románicas que, por desconocimiento y nuevas formas de entender el culto, se cubrieron con las nuevas imágenes procesionales. Al peregrino le hubiera gustado saber si se tenían noticias de la primitiva imagen románica o mozárabe, como algunos le gustan denominar a estas imágenes de los siglos XII y XIII, pero en este caso, como en otros muchos, solo es la tradición la única fuente de información y solo se sabe que la antigua imagen fue destruida, pero sin datar fehaciente-mente la fecha. Una pequeña campanera sobre el arco le indica al peregrino que posiblemente esta sería la primitiva ermita hasta las posteriores ampliaciones, sobre todo la citada de 1766. Al Camerino de la Virgen entra por un arco de piedra y que está separado de la actual ermita por una verja de hierro forjado, Camerino que está limpio de esos exvotos o mandas que tanto proliferaron en otras épocas en ermitas y santuarios, ofrecimientos que, respetando en todo momento los motivos por los que se hacían, le parecieron al peregrino siempre de mal gusto. Al peregrino le cuentan que lo poco que se conoce sobre la historia de la Virgen de Valsordo es transmitido oralmente de generación en generación, sobre todo la historia del pastorcillo al que la Virgen extendió su manto para ayudarle a cruzar con sus ovejas un riachuelo crecido tras una fuerte tormenta. A la Virgen de Valsordo también se la conoció como Virgen de las Victorias o Virgen de los Toros ya que gracias a su protección los lugareños salieron victoriosos en su contienda contra los invasores moros, interesándose el peregrino de porqué el nombre de la Virgen de los Toros, aclarándole que fueron unos toros bravos los que arremetieron sobre los despavoridos invasores. Al peregrino le dicen que el primer domingo de mayo es cuando se celebra la romería a la ermita, aunque también durante la Virgen de Agosto son muchos los que acercan a festejar a esta Virgen de Valsordo.

 Antes de continuar su camino, el peregrino se toma un descanso en uno de los poyatos del porche de la ermita soportado por unas pilastras de granito, bajo una cerámica de la Virgen de Valsordo contemplando el llamado “Jardín de la Virgen” en donde el peregrino leyó la fecha de 1672 en la peana que soporta un pedestal de varios escalones con una cruz de granito.

Cadalso de los Vidrios-Cebreros. Puentes de Valsordo y Santa Justa


El peregrino camina por lo que seguramente sería una pequeña calzada romana y que posteriormente se convertiría en el antiguo Camino Imperial de Toledo a Valladolid y que en parte coincidiría con la Cañada Real Leonesa que atravesaba las provincias de León, Palencia, Valladolid, Ávila, Madrid, Toledo, Cáceres y Badajoz. Estas cañadas utilizadas por los ganaderos trashumantes fueron establecidas por el Honrado Concejo de la Mesta, constituido en el siglo XIII, con el fin de impulsar la cría de ganado ovino, cuya producción de lana estaba destinada a la fabricación de paños que serían exportados al norte de Europa a través de los puertos cantábricos.
Puente de la Yedra
Tras pasar por un pequeño puente de un solo ojo denominado de La Yedra sobre el arroyo del mismo nombre, el peregrino, siguiendo su caminar por el antiguo Camino Imperial, se encuentra con el llamado Puente de Santa Justa o Yusta que, con el Puente de Valsordo, era paso obligado de los ganados en su trashumar desde las dehesas de invierno a las de verano y viceversa, así como de personas y mercancías que hacían el recorrido entre Andalucía, Toledo, Madrid, Segovia y Soria.
Puente de Santa Justa
Puente Santa Justa
Como los antiguos ganaderos, el peregrino se dispone a pasar por el primero de estos puentes, el de Santa Justa, puente de un solo ojo, calzada de lajas y perfil a dos aguas, término vulgarmente conocido como “lomo de asno”, pero el peregrino ya no tendrá que pagar por derecho de tránsito las cantidades establecidas por el paso del ganado al señor Suárez de Figueroa, Conde de Feria, propietario del puente en tiempos de los Trastámara.



El peregrino lee en un panel una trascripción realizada por el arqueólogo don Emilio Rodríguez Almeida de la inscripción grabada en una piedra de la condiciones de pago que tenían que realizar los señores de ganado por cabeza al paso por el puente al susodicho conde de Feria, titulo concedido por Enrique IV al nieto del antiguo Maestre de la Orden de Santiago, don Gómez Suárez de Figueroa, posiblemente, como piensa el peregrino, como merced al apoyo recibido en su lucha con los nobles castellanos.
Unos metros más adelante y, prácticamente unido, el peregrino cruza el segundo puente, el de Valsordo o Puente Viejo, con misma calzada y perfil que el anterior de Santa Justa, pero con más enjundia, con sus tres arcos u ojos, el central de mayor anchura y altura, con tajamar contracorriente y cimentado sobre grandes piedras de granito que forman parte del lecho del río Alberche, sobre el que están construidos estos puentes. Al peregrino no le cabe ninguna duda de que el origen de este puente es romano, pero con reconstrucción medieval a juzgar por el buen estado y la poca erosión de las piedras.
Puente de Valsordo


Puente de Valsordo
Como en el puente de Santa Justa, en este de Valsordo el peregrino lee la trascripción realizada igualmente por Rodríguez Almeida de la inscripción labrada en una gran piedra en la que se indica a los propietarios de los ganados las condiciones de pago por cabeza que, en este caso, se harían al Deán y Cabildo de Ávila como propietarios del puente, lo que no deja de extrañar al peregrino ya que los beneficios procedentes del cobro de estos pasos solían pertenecer a la Corona. Importante debía ser el Cabildo de Ávila para que la Corona le cediera estos derechos, piensa el peregrino que se dispone a seguir su camino, no sin antes haberse fijado como en el interior de los puentes se puede leer que en la década de los setenta del año 1700 ambos puentes fueron reconstruidos, sin duda, por el mal estado en que se encontrarían El peregrino, que le gustan los caminos y le gusta caminar por esos caminos históricos o tradicionales, ese matiz no le preocupa, medita sobre las causas del abandono de estas cañadas, de estas vías que sirvieron tanto para el desarrollo económico e industrial de las zonas por donde transcurrían como vías de comunicación entre los principales núcleos de población. Por supuesto que la desaparición de la Mesta en 1836 fue un punto de inflexión en este proceso destructivo, pero la llegada del ferrocarril y la construcción de carreteras y autovías son para el peregrino las principales causas de la desaparición de estos caminos, sin olvidar que las repoblaciones forestales y el incremento de los cultivos tanto intensivos como de regadío también se han ido comiendo parte de estas vías que, cuando ya dejaron de cumplir su función articuladora, poco a poco se fueron abandonando hasta caer la mayoría en el olvido. El peregrino, camino de Cebreros, piensa que muchas de estas vías se están recuperando tras su secular abandono gracias a la revitalización que están teniendo en la actualidad los Caminos a Santiago.